domingo, 26 de junio de 2011

JORNADAS ELABORACION DEL DUELO 2011


Continuación de la Mesa Redonda coordinada por Marta Rodríguez

TESTIMONIO DE AMPARO FERNANDEZ

Amparo: el próximo 15 de abril hará 10 años que murió mi hijo José Oscar, fue en un accidente de tráfico, tenía 20 años y medio y ocurrió un domingo de Resurrección, todas esas emociones de las que ha estado hablando Marta, de las que hablamos ayer yo las experimenté en constante oposición. Al principio, solo estaba triste, solo me apetecía llorar, llorar, llorar y más llorar. Pero era un llanto compungido, no me salía y otras veces me salía muy fuerte, yo viví la situación desde fuera, como en tercera persona, aquello era algo que formaba parte de mí pero que yo no formaba parte de ello. Poco a poco fui consciente de que en el mismo día podía pasar por emociones totalmente opuestas, era capaz de alternar episodios de constante actividad con total dejadez. Sentía la necesidad de ir al cementerio y luego lo pasaba tan mal, que a la vuelta me arrepentía de haber ido, pero a la semana siguiente iba otra vez. No era capaz de cocinar las comidas favoritas de mi hijo, imposible, pero sin embargo siempre guisaba de más, me tuve que acostumbrar a guisar para dos, mi hija estaba estudiando fuera. Tan pronto se me caía la casa encima y tenía la necesidad de salir, como me quedaba en ella horas y horas tan a gusto, me apetecía leer libros sobre la muerte, sobre el duelo y era capaz de coger un libro y devorarlo en un momento, en una hora, otras veces no pasaba del primer párrafo, me quedaba atascada. En medio de todo este caos yo sentía que tenía que hacer algo, yo así no podía seguir, me estaba afectando físicamente, la cabeza me estallaba, los ojos también, me dijo el oculista: “no es malo llora para tus ojos, lo malo es por lo que lloras”. Psicológicamente yo pensaba que estaba loca. Por otra parte, a mí no me ayudaban cuando venían a acompañarme o a verme la gente, venían a consolarme, pero las frases hechas famosas a mí me dolían un montón, me rebotaban, me ponían incluso más furiosa, que me dijeran: “tu hijo está con Dios, Dios solo se lleva a los buenos”, pensaba: mi hijo con quien estaba bien era conmigo, ¿qué con Dios?
“Tu hijo siempre va a estar contigo”, yo decía: esta está loca, pero ¿qué dice? Si mi hijo está muerto. Porque yo fui muy consciente desde el principio de que mi hijo había muerto, y de que no le iba a ver más. Quizás porque había pasado por muertes recientes, desarrollé una habilidad muy especial, sabía desconectarme perfectamente cuando esas personas iban a verme y me decían esas cosas, yo desconectaba, era aquello de “predícame padre que por un oído me entra y por otro me sale”.
Otra habilidad, otro sexto o séptimo sentido o como queráis llamarle era detectar y sabía perfectamente la persona que sabía que mi hijo había muerto, nada más que en el tono en el que me preguntaba ¿cómo estás?. A mí me apetecía contarlo, quería, pero no a todo el mundo, a unas pocas personas, pocas, yo podía elegir a quién se lo quería contar. Con el tiempo, he comprendido que esas frases hechas son recursos que los demás tienen porque no se sabe qué decir, y es verdad que una de esas frases sí ocurre: mi hijo siempre está conmigo. En esos momentos qué haces, qué puedes hacer, si tienes una tristeza, una impotencia total, una frustración, a mí solo me venía a la mente la frase: “en esta vida todo tiene solución menos la muerte”, entonces ¿qué voy a hacer, si ya no tiene solución? Pero sí me daba cuenta de que tenía que hacer algo y no podía quedarme así, entonces me incorporé a trabajar, mi trabajo ayuda bastante porque es muy vocacional, te absorbe tanto tiempo y toda tu atención, que claro a mí el dolor se me amortiguaba, pero en la escuela yo estaba cinco horas, y después ¿qué? ¿Qué hago? Pues poco a poco empecé a hacer otras cosas con las que yo intentaba sentirme más tranquila, que ese volcán que yo sentía en constante erupción dentro de mí se amortiguara de alguna manera, por ejemplo, salir a andar al campo con mi marido, buscar libros, comentar: pues mira fulanito que también perdió un hijo ha escrito este artículo, salir a tomar un café con una amiga, a veces me sentía culpable, porque la típica frase de “ay hija mía cuánto lo siento, como el otro día te ví tomando un café y no llevabas luto”….. Pero por qué pensaba yo, por qué me tengo que poner de luto, vestirme de negro, para mí estar de luto era no ponerme de rojo, ponerme colores claros, yo el negro nunca me lo he podido poner.
Me sentía culpable, me preguntaba ¿qué hago aquí tomándome un café? Y pensaba “estoy fuera de lugar”, ¿y mi hijo dónde está? Si mi hijo ya no está. Pero por otra parte, también pensaba que hiciera lo que hiciera mi hijo no iba a volver, si no, yo hubiera escrito la Biblia en verso para que volviera. Lo que más me apetecía era hablar de mi hijo, pero con personas muy seleccionadas, recordar cosas suyas, vivencias, gestos, su alegría sobre todo que tenía, y eso a mí me ayudaba mucho, me ayudó mucho el pensar que a mi hijo no le gustaría, si me pudiera ver, que yo estuviera así. Me gustaba mucho hablar con mi hija, siempre encontraba dentro de toda esa revolución y esos contrastes en oposición, siempre encontraba un hueco, porque ella estaba estudiando en Cuenca, en llamarla, en hablar con ella, cuando venía los fines de semana, salía con ella a comprarse ropa, yo por dentro no iba a gusto, pero tenía la necesidad de ir con ella. Algunas veces lloramos juntas, y eso nos ayudó bastante, y al pasar dos años me permití reír por primera vez, fuimos con unos amigos a Madrid al teatro y era “La cena de los idiotas”, y si no te ríes con esa, ya……y me sorprendí a mí misma riéndome a carcajadas, a gusto y miraba a mi alrededor diciendo ¿pero qué estás haciendo?, y al final mi amiga me dijo: “necesitabas reírte”.
Fue pasando el tiempo, y a los cuatro años de la muerte de José Oscar, Emi, nuestra presidenta, a la que me unía una amistad de varios años atrás, me invitó a una reunión de padres que habían sufrido la misma pérdida, y ahí iniciamos la andadura de Talitha. Nos convertimos en una familia que nos comprendíamos a la perfección, compartíamos los mismos sentimientos, y no estábamos locos, ni mucho menos, era muy normal lo que nos estaba pasando, estábamos atravesando nuestro proceso de duelo. Poco después realicé precisamente con Marta en el Teléfono de la Esperanza, el taller de duelo, en ese taller comencé a asumir que mi hijo no iba a estar nunca más físicamente conmigo, me costó muchísimo porque su gesto de ponerme el brazo sobre mis hombros, y decirme ¿cómo estás? Eso ya no lo iba a tener jamás, y eso cuesta mucho. También en una de las sesiones aprendía a despedirme de mi hijo, yo me había podido despedir en el tanatorio, luego antes de incinerarlo, lo había tocado, abrazado, acariciado, pero emocionalmente yo no me había despedido de él y allí sí me pude despedir.
Fue a partir de ahí y de participar en Talitha, participar en otras reuniones, prepararnos para acoger a otra gente, donde yo me iba encontrando cada vez más sosegada, empezaba a sentirme más tranquila. Sobre todo asimilar que mi hijo seguía formando parte de mi vida y que sigue estando presente en mi vida pero de otra manera, a día de hoy soy consciente que hay momentos en que salta las chispa y pueden volver esos sentimientos, la semana pasada mismo celebrando el carnaval con mis nenes en la escuela, apareció uno vestido de mosquetero, como yo había vestido a mi José Oscar en esa época, me tuve que ir al cuarto de baño, pero enseguida me recompuse, me hice la foto con el nene, la madre me dijo: “pero si es un disfraz que tiene más de treinta años”, y le dije: “sí, ya lo sé”. Peo como decía Marta, ahora somos capaces de reestructurarlos mejor, y volverlos a situar, hay fechas muy especiales, los cumpleaños, todo eso que hemos hablado muchas veces.
Sigo en Talitha, aportando mi pequeño granito de arena, en lo que puedo y cuándo puedo, porque siempre no tengo tiempo, pero es mucho más todo lo que recibo de todos vosotros, por lo tanto muchas gracias y mucho ánimo.
(CONTINÚA EN LA SIGUIENTE ENTRADA)

domingo, 19 de junio de 2011

JORNADAS ELABORACION DEL DUELO 2011





MESA REDONDA COORDINADA POR MARTA RODRÍGUEZ



Mi nombre es Marta Rodríguez, soy psicóloga y trabajo en la Residencia San Vicente de Paul, colaboro en Talitha desde hace un año aunque nos conocemos desde el principio porque yo coordinaba los primeros talleres de elaboración del duelo que hicimos con el Teléfono de la Esperanza, y a estos talleres asistieron los primeros socios de Talitha.
Me acompañan en esta mesa a mi derecha Amparo Fernández, a continuación Gerardo Gallardo, a mi izquierda José Luís Sánchez y a continuación Chon Moreno. Más adelante os los presentaré más extensamente porque en realidad el alma o lo más importante de esta mesa redonda son ellos, que con su aportación personal nos darán una visión diferente.
Antes de cederle la palabra a ellos, yo voy a enmarcar brevemente el tema que aunque lo que vais a escuchar no es nada nuevo, porque ya llevamos un día y medio de jornadas donde se han dicho muchas cosas, es necesario partir de aquí para que podamos centrarnos y entender lo que queremos aportaros hoy desde esta mesa redonda.
La muerte de una persona cercana suscita muchas emociones, algunas son esperadas y otras nos pueden extrañar, estas últimas pueden ir desde una pena profunda hasta incluso la sensación de alivio cuando la persona ha muerto, esto ocurre cuando ha habido un sufrimiento muy prolongado.
Muchas veces, sobre todo cuando no hemos tenido tiempo de prepararnos para ellos, la primera reacción que se da ante la pérdida de una persona es la de incredulidad: “no me lo puedo creer”, y además incluso “me niego a admitir lo que ha ocurrido”, al principio seguramente a todos os ha sucedido,
En nuestra mente no cabe que la persona a la que queremos ya no va a volver.
Superada esta parte de incredulidad, cuando hemos asumido que el fallecimiento es un hecho, aún tenemos que recorrer varias etapas, de las que siempre hemos hablado y que yo hoy no voy a comentar porque creo que ya están muy repetidas, sin embargo sí que voy a hablar de las emociones que aparecen en cada una de estas etapas y por lo tanto en el proceso de elaboración del duelo. Estas etapas son necesarias para que podamos hacer favorablemente nuestro proceso de duelo hasta llegar finalmente a la fase de aceptación, que es un poco lo que queremos trasmitiros hoy aquí. Cómo se llega a ese momento, a esa resolución. Es importante aceptar que para que nuestro organismo y nuestra psique se recupere de la pérdida no solo es normal sino incluso deseable el tener estas emociones, a nadie le gusta sentirlas y todos intentamos evitarlas, porque el dolor es algo que es muy difícil de llevar y sobre todo cuando es tan intenso en una situación como es la pérdida de un hijo o de un ser querido muy cercano. Sin embargo, es necesario para que podamos recuperar nuestro equilibrio emocional y podamos avanzar hacia el crecimiento. La pena tal vez se la emoción más común, algunas personas son más capaces de hacer una demostración externa de su pena, también tiene que ver con nuestra cultura, con lo que nos han inculcado, con lo que hemos aprendido, otras personas tienen más dificultad, esto no es mejor ni peor, pero desde luego el que tiene la capacidad de expresarlo siempre recibirá el apoyo de su familiares y amigos que le ayudarán a sobrellevar mejor esta situación. Bien viene permitir que la pena llegue a nuestra vida y hay que dejarla entrar, siempre lo decimos, sin embargo hay que tener cuidado para no dejar que la pena inunde todo nuestro día.
El primer años suele ser el más complicado, el más doloroso, pero lo cierto es que por más profunda que sea nuestra pena, se acabará pasando poco a poco, aunque trascurridos varios años como ya nos contarán nuestros compañeros, una vez pasada, en muchos momentos uno vuelve a sentirla de la misma manera, no tan continua, pero puntualmente.
La mejor manera de llevar la pena es el incorporarse al trabajo, estar activo, el mantener la actividad que uno tenía anteriormente, es complicadísimo, es muy doloroso, pero desde luego nos va ayudar, refugiarse en el sofá a veces en un primer momento es necesario, pero trascurrido algún tiempo hay que activarse de nuevo y empezar a hacer cosas. Recuperar la actividad diaria es necesario, pero hay que tener cuidado con esto, porque podemos caer en el hacer constante para evitar sentir. También es normal sentir el resentimiento, incluso los motivos del resentimiento pueden cambiar de un día a otro, el enfado. A veces pueden ir contra la persona que se ha ido, aunque suene un poco a locura, otro día la agresividad puede ir contra los que nunca han sufrido lo que nosotros estamos pasando, a veces es porque brille el sol o porque veas a alguien sonreír por la calle, porque todo esto no es más que la frustración cuando ves que para los demás la vida sigue igual cuando la nuestra se ha quedado bastante paralizada. Con frecuencia la muerte de un ser querido nos provoca mucha culpabilidad, la mayoría de las personas en los grupos expresan que sí sienten esa culpabilidad, a veces porque dijimos algo de lo que nos arrepentimos, muchas veces es por lo que no dijimos y nos quedó pendiente, a veces porque la relación con la persona que falleció era mala o poco constructiva, y otras porque ya no existía, pero de algún modo la culpabilidad siempre está ahí, la gran mayoría es ilógica, es normal que suceda pero es irracional, porque tiene que ver más con el análisis exhaustivo y pormenorizado de todos los detalles de nuestra relación y desde luego si cualquiera nos ponemos a analizar la relación que tenemos con cualquiera de nuestros seres queridos, siempre hay algo que nos daremos cuenta que hemos hecho mal, siempre habrá algo que al otro le ha dolido, desde luego seguramente nos estamos centrando en los detalles más triviales, en los menos importantes, y no analizamos la relación en general, viendo que la responsabilidad en cualquier relación es de dos, y que ha habido muchos momentos para todo. Pero es bastante normal que suceda, de momento, se trata en definitiva de ir atravesando cada una de estas etapas o de estas emociones para seguir adelante con nuestra vida, en algunos casos, el duelo puede quedarse enquistado en un momento, en esta situación es muy importante el apoyo que podamos tener de las personas que nos rodean. Normalmente quienes atraviesan la penosa situación de tener que atravesar un duelo significativo cuentan con sus recursos personales, psicológicos, y lo que tratan de evitar es el aislamiento, de apoyarse en otros, y sobre todo de buscar a personas que han pasado por lo mismo, por eso son muy importantes los grupos de autoayuda, de los que han funcionado también para todos los miembros de Talitha. En un grupo de ayuda no me siento juzgado, no siento censura, todo el mundo me comprende y esto es muy beneficioso.
La elaboración del duelo es un proceso al que no le podemos fijar un tiempo, no podemos decir “pues esto va a durar dos años”, obviamente, pasados los dos años, se supone que la persona va a poder emprender su vida de nuevo, sin embargo hay personas que necesitan algo más de tiempo y por eso no podemos etiquetar esto con un tiempo determinado. También hay que tener claro que el proceso no se puede perpetuar, no se puede dejar para siempre y que se quede ahí tiempo, por eso no podemos dejarle solamente al tiempo la capacidad para curarnos y nosotros no hacer nada.
En psicología no podemos considerar que una persona tenga una patología porque está pasando un duelo, por eso en principio inicialmente no reviste que una persona necesite una terapia personal. Muchas personas cuando están viviendo esta situación sí que rápidamente buscan un psicólogo y les decimos que vamos a dejar que transcurra un poquito de tiempo, que lo mejor es que busque un grupo de ayuda para que se sienta apoyado y reforzado, porque en este punto la terapia no es necesaria, porque es normal lo que está pasando, porque lo tiene que pasar, sería ya cuando la persona se cronifica y se queda anclada en este proceso, cuando sí que necesita intervención terapéutica, pero de por sí el duelo no requiere que uno tenga que ir a un psicólogo.
Si queremos vivir de forma sana nuestro duelo, no basta con esperar a que todo se pase, y seguir viviendo como si no hubiera pasado nada, necesitamos dar algunos pasos difíciles y aprender algunas duras lecciones, no existen atajos para el dolor, y el duelo hay que ir atravesándolo poco a poco, no se puede resolver de un salto. Tenemos que aceptar los duros momentos, las emociones intensas, saber que vamos a estar muy vulnerables durante este tiempo y también aprender a no exigirnos demasiado, a darnos un tiempo y a mimarnos un poco.
Ahora os voy a hablar de los pasos que uno tiene que emprender para llegar a un momento de resolución del duelo, estos pasos se darán al final, uno no puede pretender dar estos pasos cuando su pérdida ha sido reciente, tenemos que esperar a que esto suceda poco a poco y a que nos vaya naciendo.
El paso más importante y el más doloroso es el de aceptar la pérdida, parece que es fácil pero es la cosa más difícil que uno pueda hacer en su vida. Llegar a aceptar esta dura realidad es saber que la persona que se ha muerto no va a regresar, aceptarlo con la cabeza puede resultar fácil pero aceptarlo con el corazón, vosotros sabréis perfectamente que es lo más difícil que puede ocurrir. Daros tiempo, hablar de vuestra pérdida, contar lo que sucedió, visitar el cementerio, el lugar donde se esparcieron las cenizas, todo este tipo de cosas pueden ayudarnos a aceptar lo sucedido poco a poco, y son muy importantes los ritos, por ejemplo personas que no pudieron recuperar el cuerpo del fallecido hasta que pasó mucho tiempo, les cuesta mucho aceptar esto, o personas que no pudieron acudir al entierro, o que nunca han visto la tumba en el cementerio, tienen mucha más dificultad para aceptar esta pérdida, porque en realidad no la han visto, cuando uno va pasando este tipo de ritos que culturalmente hacemos para despedirnos de nuestros seres queridos, lo que también estamos haciendo es poner los pies sobre la tierra aunque como os digo no es cuestión de un día, sino de un largo proceso.
Otro de los pasos es el de sentir el dolor, sentir la pena, la angustia y todas las emociones que acompañan a este dolor, la rabia, la tristeza, el miedo, la impotencia, la culpa. Muchas personas cuando ven a otra que ha perdido a un ser querido les dicen: “tienes que ser muy fuerte”, pues no les hagáis caso, bueno, relativamente, no es el momento de aguantar, de hacerse el fuerte o de tragarse las lágrimas, precisamente es el momento de dejar que eso vaya calando un poco, que uno lo vaya sintiendo un poco, que uno vaya en su momento, porque si no expresamos el dolor ahora y lo postergamos para más adelante, tendremos seguramente un duelo complicado que se cronificará y será mucho más difícil de resolver. No te guardes para ti mismo el miedo a cansar o molestar, busca a personas con las que te sientas cómodo, por eso los grupos son muy positivos porque entre vosotros siempre decís que no os cansáis, hablamos de lo mismo y no nos cansamos, a mí no me molesta porque me siento muy a gusto, y nadie me censura, sin embargo con personas que no han pasado lo mismo a veces uno tiene miedo a cansar, pero la gente que os quiere de verdad, los familiares o amigos, seguramente no se sentirán cansados, también darles la oportunidad de ayudaros que eso es algo también muy bonito. Si no queréis compartir vuestras emociones, porque hay personas que les cuesta más, hablar de eso, pues no pasa nada, sí podéis buscar una manera de darle salida a estas emociones de una forma más íntima y privada, hay quien le da por leer, a otros les da por escribir, hay quien le da por rezar, cada uno tiene que encontrar su propia formula, lo importante es darle salida a eso que lleva dentro. Desde los profesionales se evita atender a una persona que acaba de pasar un duelo directamente, se puede hacer una labor de acompañamiento o de apoyo, pero sobre todo lo que tratamos es darle antidepresivos, porque estamos cortando un proceso natural y necesario, como os he dicho. Hay personas que los necesitan porque están en una situación muy desesperada, porque tal vez no tienen un núcleo familiar importante, y se encuentran muy solos y necesitan un poquito más de tiempo y de apoyo para sobre llevar esta situación. En casos puntuales y determinado pueden ser necesarios pero en casos generales siempre decimos que no es necesario, e incluso puede llegar a ser perjudicial llegar a cortar algo que está naciendo y que uno tiene que sacar.
El siguiente paso sería el de aprender a vivir sin la persona, en el caso de una mujer que se queda viuda pues tiene que aprender a hacer las cosas de las que se ocupaba su marido, igualmente cuando se pierde un hijo o un hermano también hay que aprender a vivir sin esa persona, adaptarte ese día a día, ponemos el ejemplo de la barca, donde va una familia, y cuando u miembro se va, todos se tienen que mover para recuperar el equilibrio, aunque el hueco que deja esa persona siempre va a estar ahí, no estará físicamente pero siempre va a ocupar una parte de nuestra vida muy importante. Una actitud adecuada sería el encontrar el equilibrio entre el sentir y el hacer, lo que puedo hacer en mi vida, así el duelo también significa aprender a vivir solo, a tomar decisiones por uno mismo, a tener nuevas formas de relación con la familia, con los amigos, porque eso también cambia, aprender un nuevo sentido del mundo y un nuevo sentido de uno mismo, porque nuestras creencias y nuestro valores van a cambiar totalmente con esta experiencia. Estos pasos son dificilísimos. Y el último sería el de recuperar el interés por la vida y por los vivos, cuando alguien se va, no es que no le importe el resto de los hijos, o su marido, o su pareja o sus amigos, pero pierde el interés y se centra en la persona que ya no está. Llega un momento en que es necesario soltar el dolor y el pasado, saber que la vida está llena de posibilidades y uno puede seguir haciendo cosas, este momento es el de la resolución por supuesto, no hay nada malo en querer disfrutar, en salir a tomarse un café, en ir a la peluquería, en querer ser felices, incluso en querer tener nuevas relaciones, en disfrutar de una sensación de estar toda la familia reunida aunque falte esa persona, no hay nada malo, finalizar el duelo no es olvidar, al contrario es darle un lugar especial a la persona que se ha ido, para cada persona finalizar su duelo puede significar cosas diferentes, para uno puede ser perdonarse a sí mismo por lo que sucedió, e incluso perdonarle al otro por irse, por el daño causado, por lo negativo, para otras personas finalizar su duelo puede ser llegar a pensar en la persona que se fue sin esa punzada de dolor, sin emocionarse tanto y poder recordarla en los momentos buenos, incluso con una sonrisa en la boca, para otros es poder dale un sentido a todo lo que ha vivido durante estos meses y años, y entender con el corazón en la mano que el amor no se acaba con la muerte, que el amor continua, en cierto modo uno nunca acaba de recuperarse de una pérdida significativa, te acompaña durante toda tu vida y además te cambia. Pero cada uno de vosotros puede escoger el camino que quiere, y saber si este cambio puede ser para mejor o no.
Hoy tenemos aquí los ejemplos de algunas personas que han vivido una pérdida importante de un hijo y que van a compartir con nosotros que ha supuesto para ellos este cambio de vida y si de verdad se han convertido en personas mejores, de alguna forma. Lo que yo os he comentado, lo que dice la teoría, ahora vamos a escucharlos para ver realmente desde su vivencia y su experiencia lo que supone un proceso como este.

domingo, 12 de junio de 2011

JORNADAS ELABORACION DEL DUELO 2011






CONFERENCIA: "EL NIÑO Y LA MUERTE"
Anna Maria Agustí i Farreny (Lleida, 1949).

Maestra y psicopedagoga. Postgraduada en “Acompañamiento en el sufrimiento y la muerte” y en “Acompañamiento espiritual”.



Fundadora de la Asociación de Acompañamiento en el duelo de Lleida. Coautora del libro “El niño y la muerte” junto con Montse Esquerda.




"En septiembre hará 25 años que me quedé viuda, tenía dos niños pequeños, uno de 12 y otro de 6 años, esto cambió mi vida. Ahí me regalé un tiempo para mí y me puse a estudiar, y entonces tenía muy claro que quería acompañar a morir, pero claro no te dejan mucho estas cosas, y tienes que ser doctor, entonces pensé voy a continuar por aquí, pero aún no me he doctorado, porque paliativos es encantador, pero no dejan entrar voluntarios, pero estando preparándome para eso, un día que estaba enfermita, entrando y saliendo del hospital, me llamó mi jefa, Montse Esquerda, que tiene ahora 42 años, es muy joven, me preguntó ¿quieres llevar grupos de duelo? Y automáticamente le dije sí, pero sola no, tenía miedo porque no me encontraba bien, y además tenía pánico de una cosa que yo no había hecho, entonces a partir de aquí buscamos gente preparada, gente preparada no había, entonces buscamos gente que el tema no le desagradara, era un mes de febrero, y en el mes de noviembre ya vino un hermano de San Juan de Dios, Ramón Martí, que llevaba grupos de duelo y talleres de duelo, y entonces hicimos el primer contacto del grupo, unas catorce personas, con el duelo y cada quince día continuamos haciendo formación con 14 o 16 voluntarios.
El año pasado publicamos un libro que lo hicimos Montse y yo, puedo hacer propaganda porque está en catalán y se titula “El niño y la muerte”, acompañar a los niños y adolescentes en la pérdida de una persona querida. Es fruto de un dolor y de un servicio a la gente, y os explico cómo salió, ¿veis estas mariposas? Estas mariposas las hicieron unas gemelitas de 4 años que mientras dormían una noche su papá se murió, y su mamá estaba esperando un hijo que lo tuvo 10 días después de enterrar a su marido, las niñas cuando se despertaron dijeron “¿Mi papá está de guardia?”, pues está de guardia, y su mamá había pensado “Yo a mis hijas se lo voy a explicar cuando yo esté bien”. Ella tenía 34 años y él 37. El cuarto día la mamá de las gemelas llamó a Montse y le dijo: me dijo tu marido que me podías ayudar, y le preguntó ¿y que tengo que hacer? Las niñas estaban en el colegio. Pues decirles que su papá ha muerto, imaginaos, esta mujer a los 10 días de enterrar a su marido, tuvo al hijo, hay que entender cómo está realmente una persona que está en duelo, y Montse le dijo: imagínate que supieran o se enteraran de que su padre ha muerto y no hubiera nadie a su lado para acompañarlas, inmediatamente la mamá le dijo a su padre: “Ve a buscar a las niñas a la escuela”, el entierro se había hecho en Gerona, por lo tanto en Lleida no se había hecho nada. Al año hicimos un funeral con ella y pusimos un recordatorio, y allí lo vivimos con las nenas porque prepararon la ceremonia con su mamá y conmigo, tenían cinco años.
Yo digo que la persona tiene cinco patas, la dimensión física, la mental, la social, la emocional y la espiritual, y tendríamos que tener y cuidarlas las cinco por igual, equilibradamente, y esto nos cuesta un poquito, pero a eso deberíamos tender, entonces la persona cuando está en duelo, cuando sufre, en su dimensión física siente un dolor físico, que podemos localizarlo y si no lo podemos localizar, podemos explicarlo, y siempre cada cual le dará su explicación y va a decir qué es, qué siente, ¿no? Y este dolor además en el físico puede acarrearnos trastornos en el sueño, en la alimentación, tener mucha hambre y no parar de comer o justo al revés….
La dimensión mental, cuando la gente está en duelo, da igual por una enfermedad que pueda tener o por haber perdido a una persona muy querida no se vuelve tonta, no ha perdido capacidades, pero la verdad es que toda su dimensión mental se colapsa, vas a decir una cosa y no te acuerdas, a la gente que pasa por el grupo le decimos: oye, no utilices la memoria, es el tiempo de las listitas, después ya las vamos a dejar otra vez, porque basta que te quieras acordar de algo para que se te olvide.
La dimensión social entra en conflicto, el papa que está enfermo y es notario, ¿es notario cuando está muy enfermo y apunto de morirse? ¿Continúa teniendo un rol social o un rol familiar? Si se te ha muerto el marido y soy viuda cuesta decir soy la Sra. De… ó si tengo tres hijos y uno se ha muerto, ¿tengo tres hijos o tengo dos?
Por otro lado la dimensión emocional, para explicarlo pongo el ejemplo de una olla a presión, y cuando sube el pitorro y empieza a pitar como no bajes el fuego o lo saques, aquello es una bomba, y resulta que esta bomba continuamente la tenemos dentro, y no es que antes no tuviéramos emociones pero es que resulta que la cabeza siempre había regido y sustentado las emociones, pero resulta que ahora la razón va por aquí y las emociones por allá, y claro el sentir todas estas emociones que no te reconoces, que no eres tú, te hace sentirte con miedo, miedo a todo, y el miedo todos sabemos que paraliza, y nos hace ver las cosas mucho más grandes.
Y por otro lado la dimensión espiritual, la trascendencia la tenemos todos, que se puede juntas a veces con una religión o con otra, eso es otra cosa, y esta dimensión espiritual que alimentaba un poco nuestra vida, cuando la persona está en duelo hay una desesperanza. Este es el panorama, es desalentador, pero sabemos que hay un proceso y que la gente sigue tirando hacia delante, a ver ¿cuántos muertos no ha habido en esta vida hasta hoy? Pues así como la gente en el entierro o en el funeral, los primeros días están todos allí, con el tiempo la persona que está en duelo se siente sola, aislada, además no tiene un espacio donde poder hablar y comunicarse porque mi dolor si yo lo expreso y la otra persona no está preparada resulta que va directo a su dolor, y resulta que esto no se puede aguantar, por eso, cuesta tener gente al lado y a veces pensamos que nuestra gente son los más cercanos, y no, porque los más cercanos están con el mismo desequilibrio que los que estamos en duelo, porque estamos viviendo todos una misma situación, y la verdad es que no sabemos gestionar lo que estamos viviendo porque los sentimientos están tergiversados y la razón no está a su servicio, ¿qué necesita la persona que está en duelo? Aquí os pongo a los niños igual que los mayores, necesitan ser acogidos, y ser acogidos en todo lo que está pasando, ser comprendidos y ser acompañados, pero para esto necesitamos una luz que ilumine para que ayude a reposar el espíritu del otro, para que pueda liberar los afectos y podamos iluminar procesos, pero primero debemos y podemos aprender primero a acogernos a nosotros, ¿cómo puedo acompañar a nadie si yo no sé acompañarme? para comprender a los otros, debemos comprendernos a nosotros primero, y para acompañar a los otros, tenemos que acompañarnos a nosotros primero, y lo podemos hacer todos. Porque venimos de una tradición que nos dice que nosotros somos lo último, y tenemos que volver a recuperarnos porque si cuidamos de nosotros mismos, al mismo tiempo estamos cuidando a los otros, vivimos y dejamos vivir, y dice Fidel Delgado: “si cuidas de ti, cuidas de los otros, porque todos somos uno“.

El concepto de muerte evoluciona a lo largo de toda la vida, no es estable, la manera de comprenderla es dinámica. No pensamos siempre lo mismo, continuamente está evolucionando nuestra manera de concebirla. En los niños pasa más o menos lo mismo, el niño vive la muerte según el concepto de muerte que tiene elaborado, y resulta que aquí empezamos: “como los niños no se enteran”, “como los niños más vale que no les hagamos sufrir”, “los niños de muerte no saben nada”, pues resulta que ellos no tienen ningún concepto que sería el contenido, y hay que ponerle que el papá o la mamá se ha muerto. Además, cada niño tiene una manera de ser propia, un niño que sea movido no le podemos pedir que a partir de ahora esté tranquilo, o un niño que haga las cosas sin pensar continuará reaccionando de la misma manera, también dependerá de la edad y de la etapa del desarrollo. Cocinet fue un señor que estudió cómo los niños al ir creciendo entendían los duelos, pues el niño de meses, el recién nacido al que estamos amamantando, no puede expresar nada de duelo, pero la leche que está tomando, la postura que tiene la madre con el hijo, ¿es la misma antes que después de una muerte por medio? No.
O sea que diríamos que hasta los dos años los niños no la entienden pero la viven, porque la manifestación de aquellos que están a su lado son manifestaciones diferentes de lo que han tenido hasta entonces, por lo tanto no podemos decir este niño no se ha enterado, lo que no ha podido es explicarlo.
Aquí hacemos hincapié en que cuando la madre o el padre están con el niño pequeño puede ir hablándole y explicándoles sus penas, aparte de que el padre o la madre cuando está verbalizando su situación se auto-ayuda a comprender lo que está pasando.
De los dos a los cinco años la muerte es una larga ausencia y una desaparición provisional, podemos hablar de muerte pero es igual que cuando ellos juegan y dices: “ahora me muero” y al cabo de un momento dice: “ya te puedes levantar que has resucitado”, pues así lo entienden de los 2 a los 5 años y además aunque les digamos que se ha muerto, porque hay que decirles las palabras sin eufemismos, ellos piensan que volverá un día y por ejemplo podemos hablar del cielo, y para ellos el cielo es un lugar concreto con cocina, comedor, cuarto de baño y habitación, porque es una etapa de su desarrollo en que todo es concreto.
A partir de los 5 a los 11 años la muerte queda integrada a partir de los actos sociales, y os lo quiero explicar con un ejemplo: “unos papás que iban a misa el Domingo de Ramos mudaban a sus hijos de arriba abajo, y un día que iban al entierro del vecino, les pusieron la misma ropa que el Domingo de Ramos, además iban a la iglesia y los hijos preguntaron ¿es que hoy es Domingo de Ramos?, ¿qué nos quiere decir esto? Pues que no estamos explicándoles a nuestros hijos lo que está pasando. Esto quiere decir que ellos asocian la muerte con los actos sociales, antes había los cortejos fúnebres, ahora como el tanatorio está en las afueras pues no vemos nada.
Y a los 11 años, en la adolescencia aparece la primera conciencia de muerte, el niño ya puede pensar en su propia muerte, antes solo podía pensar en la de los otros. El niño presenta una mejor capacidad de adaptación a la pérdida que el adulto, y tiene mucha más dependencia y menos autonomía, por lo tanto dependerá de cómo hagamos, cómo lo vivamos para que ellos lo vivan de una manera u otra, es cuestión de vínculos y los vínculos no vienen de la genética sino de la interacción, y sin vínculos no podemos vivir. En un principio podemos decir que hay un dolor, una desorganización, una desesperación y tenemos que convertirlo en una aceptación, una transformación y una integración y una reorganización, y hacia eso tendemos y llegaremos. Para eso ayudan mucho los grupos y las asociaciones, porque el hecho de compartir es fundamental, aunque no digamos nada, las actitudes de los otros desencadenan cambios internos en nosotros.
El niño, para empezar a hacer un buen duelo, necesita recibir la noticia de sus padres o de una persona muy cercana, lo más pronto posible y buscando un lugar tranquilo. Quién mejor que un padre o una madre para soportar al niño en esta situación, si se ha muerto un progenitor y el otro no puede, siempre decimos que sea una persona muy cercana afectivamente, el maestro o la tata que va siempre a buscarle a la escuela, lo más pronto posible para que no se enteren por otros, y buscando un lugar tranquilo, para que no hayan interferencias, que no suene el móvil, y antes de dar la noticia debemos repensar lo que vamos a decir, para poder soportar el estar a su lado. Es importante dar la información de la manera más real posible, sin mentir, sin eufemismos, y con un lenguaje adecuado a su nivel de comprensión, con su vocabulario. Evitando decir “se ha ido, porque entonces pesará que volverá”.
En tanto en cuanto expresamos nuestros sentimientos delante de nuestros hijos, o de los que acompañamos, lo que hacemos es darles permiso para que ellos también lo hagan, para que ellos también lloren, y darle permiso para que él también pueda explicarse, y es verdad que el niño aprende de lo que ve y de lo que vive, no de lo que le dicen, si damos la callada por respuesta, el niño sabrá que en estas situaciones así es mejor no decir nada, por lo tanto yo me lo guiso y yo me lo como, entonces aunque no sea cuaresma, empiezan a haber muchos buñuelos por aquí dentro, y no van bien.
Si alguna vez, el vecino de al lado se va con otro, y con otro, y a ti no te dice ¿quieres venir conmigo? ¿no te sientes excluida?
Pues si el niño no se entera de lo que está pasando, se siente excluido y fuera de la situación y además es una manera de decirle: chico, tu aquí no pintas nada”. Porque si el dolor se expresa, se puede trabajar, si no se expresa, no se puede trabajar, imaginaos: desde que somos pequeños nos han enseñado a decir: buenos días, buenas noches, gracias, adiós, se nos va el papá, la mamá o un hermano y no le decimos ni hola, porque no le podemos despedir. ¡Qué incoherente somos!, ¿verdad? Cada apego que nos vemos obligados a romper, genera un dolor, y el dolor se expresa de múltiples maneras y especialmente en los niños. Y afecta en todas las dimensiones de la persona, para acompañarles, debemos saber el mapa del camino y saber el mapa es saber que nos encontraremos con rectas, con curvas, con nubes, con sol, y que debemos ayudarles y acompañarles a hacer las tareas: 1 aceptar la realidad de la pérdida, aceptar no es estar contento, es saber qué ha pasado, saber que es perenne e irreversible, esto no se hace en un día. Yo digo que cuando las personas no ven solo su ombligo y ya pueden ver a los otros, es sinónimo y principio de un buen duelo. ¿Y cómo ayudar? Pues acompañando sobre todo con el corazón. Podemos a veces no hacer las cosas muy bien, pero si el del lado, al que acompañamos nos ve coherentes y ve que estamos allí, acompañando, no le va a hacer daño, y aquí veremos cuando hablábamos de la espiritualidad y de lo trascendente, nos ayudará la naturaleza, el arte, el culto y el encuentro con el otro. Cuántas veces en un atardecer en la playa o en la cima de la montaña nos hemos sentido Uno con el Universo, no sabemos donde empezamos nosotros y nos sentimos integrados en el paisaje, una película, unos rituales bien hechos, la relación interpersonal, todo esto serán puertas a lo trascendente.
Y desde nosotros, lo que tenemos que hacer, es intentar que la persona que ha muerto recolocarla en nuestro corazón, teniendo esta trascendencia y con humor, como dice Fidel Delgado: “cuando quieras servir a los humanos, haz algo para que puedan reírse, de sí y de los demás, con amor lúcido”. No siempre podemos escoger aquello que nos toca vivir pero sí podemos saber qué actitud tomar y qué y cómo comportarnos delante de lo que sucede, no es el por qué sino el para qué, nos da mucho miedo cuando hablamos de niños, cómo acercarnos, pero fracasar es no haberlo intentado, fracasar es cuando no hacemos nada. ¿Qué actitudes para acompañar? Poniendo atención, amando, escuchando, comprendiendo, interiorizando, y quiero explicar esto más, porque desde la vida en pleno apogeo y en movimiento no podemos ayudar, tenemos que pararnos para interiorizar, tenemos que vernos, y cuando hablamos de escucha, la naturaleza nos dio dos ojos, dos orejas y una sola boca, para que pudiéramos observar y escuchar el doble de lo que hablamos. Escuchar significa mucho más que oír, significa querer comprender y tener en cuenta que hay un mundo aún mayor detrás de las palabras. Para acompañar tenemos que tener unas actitudes y unas aptitudes, como padres y maestros ya tenemos unas actitudes, pero las aptitudes sí que podemos aprender y una de las más importantes es el respeto al otro, quien es diferente a mí, y es necesario tener en cuenta que lo que aquí me va bien, no tiene por qué irle bien a todo el mundo, por lo tanto entender y comprender al otro para saber qué es lo que necesita. Cuando uno está en duelo yo digo que el depósito de la paciencia se nos ha acabado, pero se nos pide paciencia, a que reaccione, como pueda y cuando pueda. Debemos ser perseverantes y tener mucha confianza, debemos creer en la capacidad del niño e infundirle la confianza de que todo irá bien, que aunque ahora estemos en un momento difícil, pasará y todo irá bien. Solo reconocemos aquello que hemos aprendido a reconocer, si hay algo que pasa pero no lo elaboramos, pasa de largo, hemos puesto el paraguas y el agua no nos moja. Las reacciones del duelo y sobre todo en los niños pueden manifestarse de muy diferentes maneras, el niño va a reaccionar como pueda pero reaccionará, a veces trayendo malas notas, y el tiempo en los chicos y las chicas es diferente, con periodos intensos y cortos, y tenemos que entender que el niño vive más en el presente que el adulto y esto es un regalo, y tendríamos que aprender de ellos. En un momento dado pueden reír y jugar tranquilamente y al cabo de unos momentos pueden volver a llorar, que esté riendo o jugando no quiere decir que no sienta el dolor. Debemos escuchar las palabras, los gestos, los silencios, los miedos y lo que no se dice porque cuesta ponerle palabras.
Una manera de acercarnos mucho a los niños es a través de los cuentos, y este cuento en especial; dice que el pequeño siempre le pregunta a su mamá: “mamá, si me porto mal, ¿siempre me querrás?” y la mamá le responde: “Siempre te querré, hijo”. ¿Y si hago esto o lo otro…me querrás? Siempre te querré, y al final la mamá le dice: “y si llega un momento que no esté, aunque no esté, yo continuaré queriéndote”, y esto es lo que debemos trasmitirles, y no es necesario hacer más, sino que lo que hagamos lo llenemos de sentido.
Gracias a todos por vuestra escucha".




Las Jornadas de Elaboración del duelo se celebran anualmente durante el mes de marzo, en Albacete, organizadas por la Asociación Talitha de ayuda a padres y madres que han perdido hijos. Son gratuitas y están abiertas al público en general.



El programa de este año ha sido:



- Carmen Vázquez Bandín, presidenta de la Asociación Española de Terapia Gestalt, en Madrid. Conferencia:"Un paseo por el amor y la muerte".



- Anna Mª Agustí y Farreny. Fundadora de la Asociación de Acompañamiento en el duelo de Lleida. Conferencia: "El niño y la muerte".



- Angelina Martínez Martínez. Delegada de Salud y Bienestar Social de Albacete. Conferencia: "La muerte, una experiencia de vida".



- Mesa Redonda: "La superación del duelo. Un camino de crecimiento" con la participación de Marta Rodríguez Martínez, psicóloga colaboradora de Talitha y varios padres y madres de la Asociación que han aportado su testimonio.



- Rosa Valles Martinez, autora del libro "Palabras para el recuerdo" y miembro de la Asociación. Conferencia: "La calidad de nuestra muerte dependerá de la calidad de nuestra vida".




Información de contacto Talitha: telf. 697 865 544

sábado, 4 de junio de 2011

JORNADAS ELABORACIÓN DEL DUELO 2011







Conferencia: “Un paseo por el amor y la muerte”




Licenciada en Psicología y Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Psicóloga Clínica por la Escuela de Psicología de Madrid. Psicoterapeuta Gestalt y Formadora en Terapia Gestalt por el Institute of Gestalt Therapy of Los A ngeles (USA). Dr. Eric H. Marcus. Practitioner of PNL (Programación Neurolingüística) por el Institut de Formation Programmation Neurolinguistique, Paris. Dres. A. Robbins y H. Bidault. Analista Transaccional por el Institute of Psychodrama and Psychotherapy of San Francisco. Dr. Mc Cormick. Formación en "Tratamiento psicológico al paciente terminal". Institut pour la Santé, Bruxelles. Formación en "Tratamiento y asistencia psicológica a pacientes con cáncer", Simonton Cancer Center, California. Graduada por el Elisabeth Kubler-Ross Center. Head Waters (Vi), USA. Ha publicado 25 artículos sobre diversos temas de Psicología Clínica, Análisis Transaccional y Terapia Gestalt. Ha escrito y publicado 4 libros.
Fundó en 1978 y sigue dirigiendo actualmente el Centro de Terapia y Psicología-CTP en donde, además de desempeñar sus tareas de Formadora en Terapia Gestalt, pasa consulta privada y ejerce una Relación de ayuda y psicoterapia con enfermos terminales, oncológicos y crónicos, así como ayuda y psicoterapìa en procesos de duelo.
Conferencia: “Un paseo por el amor y la muerte”
Los sufrimientos están ligados a múltiples situaciones de la vida: una enfermedad, la pérdida de un trabajo, un enfado importante, etc….pero la característica más indiscutiblemente ligada a la pérdida de un ser querido es el amor.
Si no amásemos a quien se va de la vida, de nuestras vidas, no existiría el duelo, ni sentiríamos su pérdida como si nos arrancaran nuestra propia vida.
El duelo, es por lo tanto, la prueba irrefutable de nuestra capacidad de amar.

Comentaba cuando me han ido a recoger al tren, que bueno, después de un año de casada mi marido se mató en un accidente de coche, pero que ahí no se me despertó a mí digamos que el amor por el duelo, o por apoyar a las personas en un duelo sino que es algo que desde que tengo uso de razón, tengo una inquietud, una inclinación por ver cómo puedo apoyar o qué puedo hacer para que el camino del sufrimiento sea un poco menos doloroso. Eso me hizo efectivamente perseguir a Elisabeth Küble-Ross, que era la mujer de los aeropuertos, de hecho trabajaba en los aeropuertos, daba sus conferencias en los aeropuertos para después irse a otro aeropuerto, pero bueno, yo la pillé en su centro, en Estados Unidos hace un montón de tiempo y la verdad es que me ayudó muchísimo, digamos en mi trabajo de conocerme y entender que estando cerca ya estás ofreciendo algo, mi idea era dedicarme a trabajar en esta área y luego, supongo que la vida empuja por otros derroteros y acabé descubriendo la terapia gestalt como una manera de trabajar con personas que estaban en duelo y al final he acabado siendo digamos una experta dedicada a hacer terapia gestalt en donde mi especial interés es trabajar con los duelos, con personas con enfermedades que se llaman catastróficas, o enfermedades graves, como una manera de poder apoyar y poder compartir sobre todo las emociones.

Hay una cosa que os y me une con vosotros y son el amor, el sufrimiento y la tristeza. Da igual el tiempo, la edad y el cómo, pero digamos que esos tres sentimientos nos unen y nos hermanan. ¿Por qué he llamado a intervención un paseo por el amor y la muerte? Por una sencilla razón, desde hace algún tiempo, el tema de los duelos, el tema del apoyo a personas con enfermedades graves está empezando a tener un sitio en la sociedad, afortunadamente se está poniendo de moda, a nivel social y creo que gracias a Elisabeth Küble Ross pero como todas las cosas que empiezan a tener un sitio en la sociedad, de pronto parece que todo vale, entonces yo he odio hasta compañeros míos, decir que perder el trabajo, perder una casa o que se te rompa el coche, es un duelo. Y yo les digo “no, no es un duelo, sino una pérdida”, digamos algo así como que yo me encargo de reivindicar que la característica principal de un duelo es el amor. Para que haya un duelo hace falta haber perdido a alguien que amamos, y ahí no entra ni las casas, ni los coches ni nada. ¿Por qué? Porque de alguna manera en el duelo hay un echar de menos esa vida compartida, echar de menos ese andar juntos en el paso del tiempo, y eso es lo que produce un desgarro que no se llena nunca.
Otra de las cosas que yo quiero reivindicar es que hay veces que determinados profesionales entienden el duelo como algo patológico, el duelo no es una enfermedad, el duelo no es patológico, el duelo es un estado natural y sano de las personas que han perdido a alguien a quien amaban. Y me parece importante, porque si el sufrimiento es una característica del ser humano, yo digo que el duelo, la pena es como una pastilla de jabón atravesada en el corazón. Y lo mismo que el jabón se disuelve con agua, necesitamos las lágrimas y necesitamos darnos cuenta de lo que echamos de menos para que esa pastilla se disuelva. Y digamos lo que nos ofrece el atravesar el duelo, es tener un tiempo de recogimiento, porque uno se queda como abobado, es una manera natural que tenemos los seres humanos de aislarnos del entorno, de aislarnos del ruido, del bullicio, de las rebajas, nada importa, nada interesa, uno necesita estar como en una especie de huevo con su pérdida, con su sufrimiento, porque es como un cañonazo que nos hace una agujero.

Lo único que hay que hacer, lo único y lo difícil que se puede hacer es acompañar, y lo difícil por qué, por una razón, y es que en vosotros se instala digamos el aislamiento, se instala el sufrimiento, pero sobre todo se instala la impotencia. No hay nada para hacer, nada, solo se puede llorar, y llorar, llorar y decir por qué y por qué, y ni hay contestación para el por qué, ni parece que las lágrimas alivian, es una sensación de impotencia horrorosa, nadie nos consuela, los profesionales o yo por lo menos siento la misma impotencia, porque no hay nada para hacer, y a mí me encantaría poder hacer milagros, porque de verdad que como el nombre de Talitha indica: “levántate y anda”, me encantaría, y lo único que podemos hacer es compartir la impotencia de no poder hacer absolutamente nada salvo estar, estar disponible.
Sin mebargo, mientras que el dolor es físico, y existe algún tipo de pastillas que lo calma, y que lo dejamos de sentir, y parece que eso se alivia, el sufrimiento es psicológico, el sufrimiento es una herida en el alma por decirlo de alguna manera y no hay absolutamente nada que lo quite, no hay nada que lo mitigue, no hay nada que lo alivie, no hay nada que los profesionales podamos hacer físicamente para anestesiar ese sufrimiento. Vuelvo otra vez a lo mismo, simplemente lo podemos acompañar.
Otra reivindicación que yo quiero hacer sobre el duelo, es que también algunos profesionales dicen que el duelo pasa y que después de las fases, el duelo acaba poco menos que de un día para otro, uno se pone a bailar sevillanas; y si se te encoje el corazón un día, digamos que ya la cosa va mal, ya es un duelo patológico, lamento si os parezco un pájaro de mal agüero al afirmar que el duelo no acaba jamás, efectivamente llega un momento que la impotencia se suaviza, porque encuentra uno un sentido a vivir como yo digo con cuatro ojos, con cuatro piernas, y es cuando pienso que voy a vivir plenamente la vida por la que tú no puedes vivir, pero no se quita, llega un cumpleaños y se pone uno fatal, llega el aniversario de la muerte y se pone uno fatal, y oye uno una canción y se pone fatal.
Sería algo así como que yo me empeño en que si esto sucede no os asustéis, cuando hayan pasado cinco años, siete años, y os levantéis un día sin motivo, con el corazón lleno de nubes y penséis: “pero si hoy no es el cumpleaños, si no es el aniversario, si hoy no he oído esta canción que me recuerda que …”; pues seguramente habréis soñado, o tendréis el día negro, no os asustéis y dejaros sentir, pero tampoco permitáis que nadie os diga: “oh oh, un duelo mal vivido, a ver esto dónde va a acabar”, porque digamos que es vuestra manera de seguir, claro que nunca jamás en la vida se va a olvidar, pero digamos que esas lágrimas o ese corazón encogido os sigue recordando lo importante que sigue siendo cada día de vuestra vida, el hijo o la hija que habéis perdido, o el hermano, o el nieto.

Una de las cosas que quiero leeros es un fragmentito que escribí en un artículo sobre una sesión con una madre, donde la hija más mayor la arrastró a terapia conmigo porque una hija suya de 18 años, hermana de esta chica que había asistido a cursos míos, había muerto en un accidente de coche y os cuento un poco esta sesión concreta:
“Pilar, es una mujer sencilla de 48 años, siempre vestida de negro, ha perdido en un accidente de coche a una hija de 18 años, otra de sus hijas la animó para que empezara un trabajo de duelo conmigo, llevamos varios meses en esa tarea. Mantenemos una buena relación, en esta sesión Pilar llega con los ojos enrojecidos, su cara está crispada, su respiración es superficial, yo siento como se me encogen los hombros y me duele el pecho, siento angustia, se derrumba en el sillón y no me da tiempo a decirle nada, a bocajarro me dice en un toco de voz agudo y desencajado: “no puedo recordar su cara, miro las fotos, pero aún así no puedo recordar su cara, mi pobre niña, mi dolor de pecho se cambia en un nudo en la garganta, le tiendo mis manos y ella las agarra con fuerza, y llora desconsoladamente de un modo entrecortado, y ahora qué será de mí, nunca la volveré a ver crecer ni casarse, la vida es un asco, ¿qué sentido tiene tanto sufrimiento? Y mientras seguimos con las manos fuertemente cogidas, su tono de voz va cogiendo fuerza y energía, yo me doy cuenta de que respiro más profundo y que el dolor de pecho y el nudo en la garganta han desaparecido. Pilar empieza a despotricar contra todo lo que se le viene a la cabeza mientras agita nuestros brazos contra el aire.”
Creo que de alguna manera a algunos de vosotros os debe recordar alguna experiencia vuestra, el recuerdo no pasa, esos días de sufrimiento, esos días negros, es de alguna manera, vuestra forma de daros la tranquilidad, tranquilidad entre comillas, de que siempre van a estar en vuestro corazón, que podéis ir al cine, podéis disfrutar de un día de sol, podéis ir la playa, podéis iros a bailar, y podéis gozar la vida, por decirlo de alguna manera, y de vez en cuando podéis sentir la tranquilidad de que quien no está con vosotros, sigue estando con vosotros y vosotros le amáis.

Otra característica que os quiero decir de vuestro duelo, es que vuestro duelo es contra la vida, a ver, me explico: cuando somos mayores, la muerte de un padre o anciano, la muerte de una madre anciana, o incluso una edad adulta, bastante adulta, podemos llegarla a encajar, como que la vida es así, son normas de la vida, ya se sabe que todos tenemos un final; lo que uno siente como un absurdo es la muerte de un hijo, porque no es lógica, porque no viene a cuento, porque se supone que los hijos nos van a enterrar, entonces una de las cosas que hemos descubierto los psicólogos, es que todos los humanos hacemos una especie de línea que es como una línea del tiempo, que es como un semicírculo justo delante de nuestras narices, donde situamos el presente, la línea imaginaria hacia la izquierda es el pasado y la línea imaginaria hacia la derecha es el futuro, y es muy curioso, si a alguien le preguntas: ¿recuerdas qué hiciste el verano pasado? Todo el mundo hace así con los ojos y mira para la izquierda; que sea una línea imaginaria no significa que no nos organice la vida, cuando alguien muere, pero sobre todo cuando un hijo muere esta parte de la línea de la vida se hace añicos, y no hay para dónde mirar, ¿por qué? pues porque esta línea de la vida la tenemos llena de expectativas, de esperanzas, de sueños, que probablemente luego serán de otra manera, y soñaremos tener un hijo médico, y después hará lo que le de la gana, pero si hace otra cosa, solamente hacemos un cambio, en una línea que está, cuando se va de nuestra vida la línea se hace trizas, digamos que la labor del duelo es ayudar a reconstruir esa línea de vida que a lo mejor no tiene los colores del arco- iris, a lo mejor es en gris o en blanco y negro, y poco a poco después le vamos poniendo cositas que tienen un cierto color, ese es el proceso de duelo, eso es lo que le permite a uno tirar para delante.

Sabéis que las fases del duelo son la negación, el por qué a mí, después generalmente el regateo, la tristeza, la rabia, y digamos por último la aceptación, otra cosa de las que quiero reivindicar es que acompañar en el duelo no es un protocolo, ni una receta de cocina de cómo asar un pavo. No se puede poner las etapas, que cualquiera de los que está sufriendo un duelo, se convierta en una especie de y perdonarme la expresión, ratita de laboratorio, que tengo que acechar como profesional si está en la fase 2 o en la 3, si ahora tengo que hacer A o tengo que hacer B, eso no es así, digamos que cuando los profesionales hemos establecido una serie de pasos, sería como el que hace una receta de cocina, efectivamente, o como quien maquilla, en donde hay una serie de aspectos que debemos de tener en cuenta, pero no son las etapas lo que tenemos que tener en cuenta, lo que tenemos que tener en cuenta es cada una de las personas, cada uno de vosotros, que vienen a brindarnos la oportunidad de sentirnos útiles, porque tenéis la generosidad de pensar que podemos ayudaros a apoyar vuestro duelo. Cada persona es única y cada persona tiene su momento, sus características, y además otra cosa importante es que cada uno tenemos nuestra personalidad; hay quien se ralla dándole vueltas a algo, y el apoyo es ir un poco más allá de ese “rallao”, hay quien al contrario va muy deprisa, y pierde los detalles, porque los detalles es como si fuera un azadón en el corazón, nuestra tarea es saber teóricamente, que va bien pararse un poquito y hacer que los golpes de azada no sean tan fuertes, pero que es bueno detenerse un poco en ese punto.
Dentro de las características del duelo, que hay quien lo sufre más, pero que creo que todo el mundo lo tenemos, hayamos perdido a quien hayamos perdido, es que de pronto nos aparece una extraña culpabilidad, y digo extraña culpabilidad porque parece como que cuando uno está en un duelo, digamos que sabemos lo que ha pasado antes, claro que lo sabemos, y da la sensación de que como ahora sé los detalles de esto que ha pasado, tendría que, antes de que hubiera pasado, haber sabido esos detalles, y hubiera podido hacer algo, no es verdad. La culpa creo que es un mal que los humanos ni ningún profesional de la psicología o la psicoterapia hemos aprendido a solucionar, debe ser un mal endémico, no sé por qué, pero es otra característica humana, yo creo que es una forma creativa y muy molesta de solucionar la impotencia, siempre mantengo que la impotencia es el peor sentimiento que puede tener uno en la vida, ¿por qué? Porque con la impotencia no se puede hacer nada, solo estar, solo acompañar, y es tremendo, y a mí me parece que sentirse a veces culpable es un poco como si los humanos hubiéramos encontrado un recurso de poder hacer algo, aunque sea torturarnos, porque es preferible torturarse con “podría haber hecho…” o “dicho”, siempre es una acción, a estar con la impotencia que es como inmovilidad y como ahogarse en el sitio sin moverse, por decirlo de alguna manera.

Otra de las cosas también es que supongo que cada uno habrá perdido a su hijo o su hija de una manera distinta, pero hay veces que yo en la consulta me he encontrado con un sentimiento de culpa muy peculiar, por ejemplo, alguien que está hospitalizado, por supuesto, alguien a quien se quiere que está hospitalizado, y que digamos que tiene mal pronóstico, pero el desenlace se va alargando en el tiempo, a veces hay alguien que ha llegado a la consulta fatal porque de pronto se ha visto que pensaba poco menos de “a ver si se muere de una vez”, y entonces llega fatal porque dice: “si es mi marido o es mi hijo, ¿cómo puedo pensar yo una cosa así?”, y digo, no, vamos a ver, tú amas a la persona a la que después de trabajar, corres a atender, y estás allí, que estás pendiente, pero en los humanos, el cerebro generalmente funciona sin contenidos, todo el mundo habla ahora del estrés, el estrés no es tener muchas cosas que hacer, el estrés no es estar muy activo, el estrés es un proceso fisiológico, digamos que supone una situación de tensión psicológica y física mantenida en el tiempo, cuando alguien se pone enfermo, una enfermedad para la que no tenemos solución, cada día de vida mete a la persona que acompaña en lo que se llama una meseta de estrés, y es un día y otro día, y otro día, y tiene una serie de características físicas, y las características físicas es que uno se contrae, yo digo que es como si los humanos fuésemos una gamba cruda que nos movemos, estamos flexibles, una situación de estrés es como una gamba cocida, hace que se quede uno congelado, directamente, que las emociones no se puedan expresar, se nos empieza a caer el pelo, empezamos a no tener hambre, otras veces nos dan ataques de hambre y comemos como locos, el sueño se nos estropea, la respiración se nos pone fatal, el sistema inmunológico se va al garete, digamos que todos los humanos tenemos un principio físico que cuando hay una situación de estrés mantenida hay una necesidad de que el estrés acabe, porque acabar el estrés significa volver a ser la gamba cruda, volver a estar flojo, y ahora empieza otra etapa en la que tengo que……pero qué ocurre, que el cerebro lo que nos dice es ojalá acabe esto, pero esto no tiene nombre y apellido, nosotros pensamos ojalá acabe esta situación de estrés, es neutro digamos, nosotros no le ponemos contenido, pero pensamos que acabe esta situación de estrés en que la persona que no quiero que se vaya y que de pronto he pensado que ojalá que se vaya. Ya sé que la culpa no tiene sentido nunca y cuando uno la siente, la siente, pero no quiere decir que os habéis vuelto fríos y crueles y despiadados, no, simplemente quiere decir que necesitáis daros un respiro, aflojaros como una esponja llena de agua, necesitáis escurrir el agua para estar otra vez tiernitos y poder seguir de nuevo en la brecha.
Muchas gracias a todos por escucharme.