domingo, 26 de junio de 2011

JORNADAS ELABORACION DEL DUELO 2011


Continuación de la Mesa Redonda coordinada por Marta Rodríguez

TESTIMONIO DE AMPARO FERNANDEZ

Amparo: el próximo 15 de abril hará 10 años que murió mi hijo José Oscar, fue en un accidente de tráfico, tenía 20 años y medio y ocurrió un domingo de Resurrección, todas esas emociones de las que ha estado hablando Marta, de las que hablamos ayer yo las experimenté en constante oposición. Al principio, solo estaba triste, solo me apetecía llorar, llorar, llorar y más llorar. Pero era un llanto compungido, no me salía y otras veces me salía muy fuerte, yo viví la situación desde fuera, como en tercera persona, aquello era algo que formaba parte de mí pero que yo no formaba parte de ello. Poco a poco fui consciente de que en el mismo día podía pasar por emociones totalmente opuestas, era capaz de alternar episodios de constante actividad con total dejadez. Sentía la necesidad de ir al cementerio y luego lo pasaba tan mal, que a la vuelta me arrepentía de haber ido, pero a la semana siguiente iba otra vez. No era capaz de cocinar las comidas favoritas de mi hijo, imposible, pero sin embargo siempre guisaba de más, me tuve que acostumbrar a guisar para dos, mi hija estaba estudiando fuera. Tan pronto se me caía la casa encima y tenía la necesidad de salir, como me quedaba en ella horas y horas tan a gusto, me apetecía leer libros sobre la muerte, sobre el duelo y era capaz de coger un libro y devorarlo en un momento, en una hora, otras veces no pasaba del primer párrafo, me quedaba atascada. En medio de todo este caos yo sentía que tenía que hacer algo, yo así no podía seguir, me estaba afectando físicamente, la cabeza me estallaba, los ojos también, me dijo el oculista: “no es malo llora para tus ojos, lo malo es por lo que lloras”. Psicológicamente yo pensaba que estaba loca. Por otra parte, a mí no me ayudaban cuando venían a acompañarme o a verme la gente, venían a consolarme, pero las frases hechas famosas a mí me dolían un montón, me rebotaban, me ponían incluso más furiosa, que me dijeran: “tu hijo está con Dios, Dios solo se lleva a los buenos”, pensaba: mi hijo con quien estaba bien era conmigo, ¿qué con Dios?
“Tu hijo siempre va a estar contigo”, yo decía: esta está loca, pero ¿qué dice? Si mi hijo está muerto. Porque yo fui muy consciente desde el principio de que mi hijo había muerto, y de que no le iba a ver más. Quizás porque había pasado por muertes recientes, desarrollé una habilidad muy especial, sabía desconectarme perfectamente cuando esas personas iban a verme y me decían esas cosas, yo desconectaba, era aquello de “predícame padre que por un oído me entra y por otro me sale”.
Otra habilidad, otro sexto o séptimo sentido o como queráis llamarle era detectar y sabía perfectamente la persona que sabía que mi hijo había muerto, nada más que en el tono en el que me preguntaba ¿cómo estás?. A mí me apetecía contarlo, quería, pero no a todo el mundo, a unas pocas personas, pocas, yo podía elegir a quién se lo quería contar. Con el tiempo, he comprendido que esas frases hechas son recursos que los demás tienen porque no se sabe qué decir, y es verdad que una de esas frases sí ocurre: mi hijo siempre está conmigo. En esos momentos qué haces, qué puedes hacer, si tienes una tristeza, una impotencia total, una frustración, a mí solo me venía a la mente la frase: “en esta vida todo tiene solución menos la muerte”, entonces ¿qué voy a hacer, si ya no tiene solución? Pero sí me daba cuenta de que tenía que hacer algo y no podía quedarme así, entonces me incorporé a trabajar, mi trabajo ayuda bastante porque es muy vocacional, te absorbe tanto tiempo y toda tu atención, que claro a mí el dolor se me amortiguaba, pero en la escuela yo estaba cinco horas, y después ¿qué? ¿Qué hago? Pues poco a poco empecé a hacer otras cosas con las que yo intentaba sentirme más tranquila, que ese volcán que yo sentía en constante erupción dentro de mí se amortiguara de alguna manera, por ejemplo, salir a andar al campo con mi marido, buscar libros, comentar: pues mira fulanito que también perdió un hijo ha escrito este artículo, salir a tomar un café con una amiga, a veces me sentía culpable, porque la típica frase de “ay hija mía cuánto lo siento, como el otro día te ví tomando un café y no llevabas luto”….. Pero por qué pensaba yo, por qué me tengo que poner de luto, vestirme de negro, para mí estar de luto era no ponerme de rojo, ponerme colores claros, yo el negro nunca me lo he podido poner.
Me sentía culpable, me preguntaba ¿qué hago aquí tomándome un café? Y pensaba “estoy fuera de lugar”, ¿y mi hijo dónde está? Si mi hijo ya no está. Pero por otra parte, también pensaba que hiciera lo que hiciera mi hijo no iba a volver, si no, yo hubiera escrito la Biblia en verso para que volviera. Lo que más me apetecía era hablar de mi hijo, pero con personas muy seleccionadas, recordar cosas suyas, vivencias, gestos, su alegría sobre todo que tenía, y eso a mí me ayudaba mucho, me ayudó mucho el pensar que a mi hijo no le gustaría, si me pudiera ver, que yo estuviera así. Me gustaba mucho hablar con mi hija, siempre encontraba dentro de toda esa revolución y esos contrastes en oposición, siempre encontraba un hueco, porque ella estaba estudiando en Cuenca, en llamarla, en hablar con ella, cuando venía los fines de semana, salía con ella a comprarse ropa, yo por dentro no iba a gusto, pero tenía la necesidad de ir con ella. Algunas veces lloramos juntas, y eso nos ayudó bastante, y al pasar dos años me permití reír por primera vez, fuimos con unos amigos a Madrid al teatro y era “La cena de los idiotas”, y si no te ríes con esa, ya……y me sorprendí a mí misma riéndome a carcajadas, a gusto y miraba a mi alrededor diciendo ¿pero qué estás haciendo?, y al final mi amiga me dijo: “necesitabas reírte”.
Fue pasando el tiempo, y a los cuatro años de la muerte de José Oscar, Emi, nuestra presidenta, a la que me unía una amistad de varios años atrás, me invitó a una reunión de padres que habían sufrido la misma pérdida, y ahí iniciamos la andadura de Talitha. Nos convertimos en una familia que nos comprendíamos a la perfección, compartíamos los mismos sentimientos, y no estábamos locos, ni mucho menos, era muy normal lo que nos estaba pasando, estábamos atravesando nuestro proceso de duelo. Poco después realicé precisamente con Marta en el Teléfono de la Esperanza, el taller de duelo, en ese taller comencé a asumir que mi hijo no iba a estar nunca más físicamente conmigo, me costó muchísimo porque su gesto de ponerme el brazo sobre mis hombros, y decirme ¿cómo estás? Eso ya no lo iba a tener jamás, y eso cuesta mucho. También en una de las sesiones aprendía a despedirme de mi hijo, yo me había podido despedir en el tanatorio, luego antes de incinerarlo, lo había tocado, abrazado, acariciado, pero emocionalmente yo no me había despedido de él y allí sí me pude despedir.
Fue a partir de ahí y de participar en Talitha, participar en otras reuniones, prepararnos para acoger a otra gente, donde yo me iba encontrando cada vez más sosegada, empezaba a sentirme más tranquila. Sobre todo asimilar que mi hijo seguía formando parte de mi vida y que sigue estando presente en mi vida pero de otra manera, a día de hoy soy consciente que hay momentos en que salta las chispa y pueden volver esos sentimientos, la semana pasada mismo celebrando el carnaval con mis nenes en la escuela, apareció uno vestido de mosquetero, como yo había vestido a mi José Oscar en esa época, me tuve que ir al cuarto de baño, pero enseguida me recompuse, me hice la foto con el nene, la madre me dijo: “pero si es un disfraz que tiene más de treinta años”, y le dije: “sí, ya lo sé”. Peo como decía Marta, ahora somos capaces de reestructurarlos mejor, y volverlos a situar, hay fechas muy especiales, los cumpleaños, todo eso que hemos hablado muchas veces.
Sigo en Talitha, aportando mi pequeño granito de arena, en lo que puedo y cuándo puedo, porque siempre no tengo tiempo, pero es mucho más todo lo que recibo de todos vosotros, por lo tanto muchas gracias y mucho ánimo.
(CONTINÚA EN LA SIGUIENTE ENTRADA)

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