Extracto del libro: “Crónica de un acompañamiento” (para guiar a los que deben partir), de A. y D. Meurois-Givaudan. Ediciones Luciérnaga.
ALGUNAS CLAVES PARA EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL A MORIBUNDOS
Consejos prácticos
Es mucho lo que se ha hecho en estas últimas décadas por el mejoramiento de las condiciones de nacimiento y de los partos, pero es necesario convenir, observando lo que pasa en nuestras sociedades occidentales, que no ocurre lo mismo en lo que concierne a la muerte. Para muchos, la misma idea de la muerte sigue siendo un tabú o una fuente de ansiedad incontrolable.
Son cada vez más numerosos, no obstante, los que desean que este estado de hecho cambie lo antes posible. Así pues, a quienes se dirigen estas líneas es a todos aquellos que han visto o ven nacer en ellos una nueva toma de conciencia…a fin de que el germen de otra comprensión del “paso” siga creciendo con más fuerza. Para cambiar nuestra relación con la muerte, hay, naturalmente que modificar la comprensión que tenemos de ella.
En primer lugar, es la idea de “derrota” cuando uno se halla en su presencia lo que hay que abolir. La muerte no es ni un fracaso de la Vida ni un fracaso de la Ciencia. Es un estado de hecho natural, tan lógico, tan respetable y decente como el nacimiento; es incluso una etapa de esta Vida que creemos que se extingue…..
Cualesquiera que sean sus razones y condiciones, nos parece que ya es tiempo de que la muerte sea vista en lo sucesivo, como hemos dicho a menudo, como “l’âme-hors” . Juego de palabras menos anodino de lo que aparece a primera impresión, ya que sugiere toda la extensión del fenómeno y lo que éste implica. Precisemos ahora que los pocos consejos que siguen no son de ningún modo exhaustivos y sólo constituyen una base para la reflexión y la acción.
CONDICIONES PSICOLÓGICAS DEL ACOMPAÑANTE
El equilibrio
En principio, cada uno de nosotros en su calidad de ser humano está dotado de un potencial que debe permitirle acompañar a otro en su muerte. Sin embargo, en la práctica, hay que reconocer que suele ser de otro modo, atenazados como estamos muchos de nosotros por reflejos ancestrales de miedo.
La primera condición requerida para poder acompañar de manera sana al que se va es, haber eliminado de uno mismo lo más posible este miedo. El dominio de uno mismo es primordial ya que cuando se encuentra frente a un moribundo, nadie puede representar una comedia, ni para él mismo ni para aquel de quien tiene momentáneamente la responsabilidad. Queremos decir con esto que puede haber un abismo considerable entre el hecho de comprender mentalmente, intelectualmente, el sentido de la muerte a través de lecturas, y el de encontrarse solo, de manera concreta, frente a la acción de esta muerte. La autenticidad de uno en relación con uno mismo nos parece pues imprescindible en un paso como éste. Simplemente es necesario estar unido consigo mismo, o volver a estarlo, y por extensión con el otro; de hecho, aprender a centrarnos en nuestro corazón.
El equilibrio emocional y mental constituye finalmente la base deseable de todos los que quieren prestar un servicio en este sentido. Es necesario haber aclarado uno mismo, en toda la medida de lo posible, la propia relación con la vida y la muerte. No forzosamente “saber” por haber almacenado toneladas de libros, sino “sentir” lo que ocurre en profundidad, apreciar al máximo todo lo sagrado y respetarlo como tal. Esto no significa que el acompañamiento sea obligatoriamente asunto de “profesionales”. En efecto, ¿quién podría hablar de profesión” o de “trabajo”, tratándose de un don de sí más que de cualquier otra cosa? La primera de las cualidades requeridas, por encima de los conocimientos, seguirá siendo siempre, muy afortunadamente, la capacidad de amar. Amar incondicionalmente, es decir, sin hacer juicios, sin proyectar nuestros propios deseos o inhibiciones. Y de esto todos somos capaces. Por fortuna no se trata de esperar a ser “perfectos” para brindar ayuda a otro cuando la muerte se acerca. Diremos que se trata, más allá de todo lo que hemos mencionado, de permanecer honesto y amante.
LAS TRAMPAS A EVITAR
¿Acompañar o guiar?
La diferencia es grande entre estas dos nociones. Un guía indica necesariamente un camino que se supone que él conoce, mientras que un acompañante, como su nombre afirma, no hace “sino acompañar”, es decir, brindar un hombro para apoyarse, un sostén, un consejo.
Todo guía indica por definición su propio camino, su propia pista, la que domina y corresponde a su sensibilidad pero que no está obligatoriamente adaptada a otro.
En lo que concierne a la muerte, ocurre lo mismo. Lo que sabéis de ella no corresponde necesariamente a lo que reclama o lo que pueda soportar el otro. Guiar puede entonces significar imponer la propia visión, algo adquirido por nosotros. Acompañara, es al contrario, conformarse a la espera del otro, a su llamada más o menos confesa. Es ajustarse a su capacidad de comprensión y al ritmo de progresión que le sea propio. Todo ello se reduce a una cuestión de respeto. El acompañante puede, por supuesto, sugerir tal actitud más bien que tal otra al que “se va”, según las aperturas que sienta esbozarse o las demandas que perciba. Al sugerir no se impone. Así, por tomar un ejemplo extremo, no se pedirá al moribundo que se centre en el chakra frontal si está cerrado a toda noción de este tipo….Se comprende fácilmente que se haría nacer en él la confusión más que la serenidad de la mente.
¿Creéis o no creéis en Dios?
Poco importa ya que nadie tiene nada que probar al que se va. Los últimos instantes no deben convertirse en los de los sermones. La única preocupación debe ser la de la pacificación, pues parece cierto que es en el fondo de ella donde la esperanza y la confianza pueden instalarse. Manteniendo siempre el respeto por las creencias de cada cual, ciertamente esto es fundamental.
Silencio y palabras
El lenguaje de los últimos momentos de la vida debe ser lo más cercano posible al lenguaje universal que se llama compasión. Este pasa siempre por palabras sencillas, pero además por miradas e incluso por una simple presencia. El silencio puede a veces bastar y sustituir con ventaja a la palabra. Todo se vuelve en este caso un asunto de sentimiento. Este silencio es, por otra parte, una forma de escucha cuya importancia no se debería ignorar, pues es lo que suele permitir alcanzar al ser sutil detrás de la forma.
Cuando la necesidad de hablar se impone, y a menudo es quien realiza el tránsito el que lo reclama, todo el arte de amar consiste en saber encontrar el tipo de lenguaje que pueda entender. Cae de su peso que siempre será un vocabulario que no derribe puertas que uno sienta cerradas; pero además, detrás de las palabras, una energía que sugiere claves de pacificación. No olvidemos tampoco que el sentido del oído es el último en desvanecerse y que con frecuencia uno puede seguir comunicándose más allá del coma. Numerosos testimonios lo aseguran y nuestra propia experiencia nos ha convencido de ello.
La neutralidad
Con frecuencia se oye hablar de la neutralidad del acompañante frente al moribundo. A nuestro entender, no es quizá así como deberían presentarse las cosas. En efecto, nadie nos parece nunca verdaderamente neutral…y afortunadamente. Cada uno de nosotros emite su propia irradiación o, si se prefiere, un gran número de ondas de las cuales el aura, por ejemplo, es testigo. El que se dispone a dejar su cuerpo es especialmente sensible a ello. Lo que somos realmente, al menos en ese instante, suele captarlo mejor que otros y es suficiente para borrar todo carácter de neutralidad.
Nuestra voluntad de ayudar, nuestro calor y aquello en lo que creemos definen, por consiguiente, la coloración de nuestro ser, tal como lo ofrecemos sin darnos cuenta de ello. Nuestra tarea consistirá finalmente en hacer que esta coloración sea lo más límpida posible, es decir no embajadora de nuestros deseos, sino atenta y abierta a los del moribundo. Sólo una máquina sabe ser neutra, pero, ¿qué interés tendría en el caso presente?
Ser humanos, en el sentido pleno del término, eso es lo que se nos pide.
ALGUNOS ELEMENTOS TÉCNICOS
Estos elementos son simples sugerencias. Es evidente que no se trata de imponer su aplicación a los que “se van”. Una vez más, todo es cuestión de contacto con estos últimos, con sus creencias, su apertura, su contexto (familiar u hospitalario) que puede que se oponga a ello o a hacerlo imposible y, en definitiva, evidentemente, de la demanda. Cae de su peso igualmente que estos consejos de carácter un poco técnico no constituyen sino algo adicional, no desdeñable sin embargo, que requerirá que la fuerza del amor se encarne una vez más de forma distinta. No se trata de imponer las manos en un lugar del mismo modo que se daría un comprimido calmante. Sólo la calidad de amor que se requiere en estas prácticas muy sencillas, debe actuar a través de nosotros quienes actuamos, como un director de orquesta. No somos nosotros quienes actuamos, sino la Vida amorosa a través de nosotros, siendo el nombre que le demos un asunto de convicciones personales.
Precisemos finalmente que estas prácticas no se dirigen particularmente a terapeutas. Todos podemos emplearlas si nuestro corazón, nuestra generosidad, y las circunstancias nos impulsan a ello. Pueden utilizarse diariamente y cada vez que la necesidad se haga sentir o las reclamen.
Práctica para apaciguar el contacto con la materia
Facilita la aceptación del cuerpo que se ha convertido en fuente de tormento.
- Colocaos a los pies del que se va.
- Poned al mismo tiempo las palmas de las dos manos en ambas plantas de sus pies (por consiguiente, la mano derecha en el pie izquierdo y la izquierda en el derecho).
- Partiendo de la palma de vuestras manos, tratad de sentir un rayo de luz, fresco como una brisa de primavera. Tomad consciencia de que ese rayo va a penetrar en el interior de las dos piernas y subir hasta la pelvis. La penetración se dará esencialmente por los talones, como una corriente que es reclamada por el cuerpo.
Si el moribundo es un ser especialmente abierto y consciente, su participación será una ayuda adicional. Esta práctica puede durar tres o cuatro minutos. Aunque es de una sencillez desconcertante, no por ello deja de ser de una eficacia real. En ciertos casos puede facilitar la liberación de lágrimas, generalmente seguida de una sensación de paz.
Práctica dirigida a la relajación de la mente
Detrás de de cada oreja, conviene localizar una zona generalmente hundida situada a los dos tercios de altura de la nuca. Estas dos zonas centralizan durante períodos de ansiedad o de agitación mental lo que se ha convenido en llamar “escorias” que a su modo frenan el aligeramiento de la consciencia.
Después de haberlas situado y sobre todo sentido en las puntas de los dedos, dar un masaje ligero y regular en el sentido inverso al de las agujas del reloj. Esta acción sencilla activa y libera toda una fina red de circulación etérica (un conjunto de nadis) cuyas prolongaciones inciden en la armonía del centro frontal llamado “tercer ojo” o “ajna”. Este acto de liberación y relajamiento facilita la disolución de ciertas formas-pensamientos de carácter obsesivo y favorece una percepción más límpida de las cosas.
- Se puede acabar esta práctica colocando la mano izquierda abierta en la nuca mientras que la derecha, abierta igualmente, se posa en la frente, sin presionar. Una vez más, el resultado dependerá esencialmente de nuestra calidad de ser interna. Es necesario que, en la medida de lo posible, se encuentre uno mismo en una posición física cómoda que nos deje enteramente disponibles. Se puede realizar este acto orando en silencio según la propia fe, o incluso hablando interiormente al moribundo a gusto de nuestro propio corazón. Una actitud similar no constituye un “detalle anexo”; llama a una energía que está más allá de nuestro pequeño querer humano y con la que hay que contar en todos los casos.
Práctica enfocada a calmar situaciones emocionales
Se descompone en dos tiempos y muestra igualmente una gran sencillez.
- Colocamos primero una mano abierta (sin separar los dedos) en el tercer chakra (plexo solar) de la persona que queremos ayudar. Simultáneamente ponemos la otra del mismo modo en la garganta. Ninguna de las dos manos debe ejercer presión. El contacto físico es suficiente. Intentad entonces sentir interiormente hasta qué punto las dos zonas del cuerpo se unen a través de vosotros. Podéis igualmente visualizar un haz de luz plateada circulando de una de vuestras manos a la otra pasando por vuestro corazón.
Lo ideal es lograr respirar al mismo tiempo que el ser que intentáis aliviar. No obstante ello no debe ser un motivo de concentración o de atención capaz de haceros perder de vista lo esencial: a saber que es la Fuerza de Vida y de Amor quien opera a través de vosotros y brinda su bálsamo de serenidad.
- En una última etapa, la mano que se encontraba por encima del ombligo viene a colocarse suavemente en el pecho (de hecho, en el chakra del corazón), mientras que la otra permanecerá sobre la garganta. Se hará entonces, el mismo proceso de visualización, siempre sin esfuerzo, en la forma más amorosa posible.
Práctica cuyo objeto es la reconciliación del ser consigo mismo
Se trata de un método que requiere un mínimo de participación por parte de la persona a la que se ayuda y facilita una apertura suave y armoniosa del chakra cardíaco. Favorece la compasión y una comprensión con mayor desapego de la situación.
-Posamos la mano derecha abierta en el centro del pecho de la persona echada junto a nosotros. Cogemos su mano izquierda y la posamos sobre nuestra mano derecha. A continuación ponemos nuestra mano izquierda sobre las dos primeras mientras su mano derecha viene a colocarse sobre las otras tres. La alternancia y la comunión de energías son las que van a abrir las puertas a un torrente de amor que no habrá que dudar en llamar interiormente.
Cada práctica hecha con consciencia y sobre todo con ternura puede igualmente hacer brotar algunas lágrimas de distensión que esclarecen la situación.
ELEMENTOS EXTERNOS
Hablando en términos globales, se trata del “marco” y por tanto, del ambiente, visual, auditivo, olfativo de la habitación donde se produce el acompañamiento.
Todo ello está necesariamente condicionado por un contexto que con frecuencia no dominamos y al que hay que adaptarse.
El contexto hospitalario
Con toda evidencia, limita considerablemente la instalación de un ambiente tranquilizador. Salvo rara excepción, da lugar privilegiado al anonimato y tiende, por consiguiente, a uniformizar las circunstancias de un paso que, por definición, debiera estar adaptado a cada persona.
El calor del acompañante deberá pues, sustituir a aquel del que carece el lugar ya que sería de extrañar que os permitieran colocar elementos en el ambiente capaces de favorecer la partida. Todo lo más, es factible aportar algunos objetos personales pertenecientes al moribundo y que evocan acontecimientos felices de su vida (por ejemplo, fotografías, un cuadro).
No serviría de nada un encontronazo con el personal hospitalario que, en la inmensa mayoría de los casos, no está todavía preparado para considerar la muerte de otra manera, aunque se van dando cada vez más casos aislados de toma de conciencia.
Lo que hace falta preservar ante todo es la quietud de la habitación. Por quietud no entendemos necesariamente silencio, sino armonía. En efecto, el que se va, suele tener más necesidad de lo que se cree de un ambiente auditivo vivo, alegre y confiado que de un silencio religiosos que tiende a aislar en exceso. También en esto hay que aprender a percibir la necesidad de aquel que se acompaña y no reaccionar según estereotipos del estilo de “se va a morir, luego eso es triste, luego hace falta una cara de circunstancias, un tono de voz apenas audible y necesariamente quejumbroso”.
Los elementos dominantes deben ser dulzura y ternura. Si no se las puede procurar a la mirada, se puede al menos brindarlas al oído.
El contexto familiar
Este es el preferible en la mayor parte de los casos, ya que reintegra al moribundo a su ambiente, que tal vez él mismo ha creado o al menos está acostumbrado a él y en eso constituye un punto de referencia, un elemento estable. Los olores múltiples de la vida de una casa, sus ruidos familiares, su luz particular, el contacto físico con ciertos objetos, constituyen otros tantos elementos que son apoyos no desdeñables para una partida apacible. Aislar al moribundo de todo elemento que evoque vida y alegría (a menos, evidentemente, que éste reclame tal aislamiento o que un sufrimiento físico lo imponga) nos parece un error fundamental.
Recordemos que la muerte no es otra cosa sino una transición y que, si bien reclama calma y serenidad, para nada llama a una petrificación de toda forma de vida. Hay que liberarla de una vez por todas de su máscara morbosa por el bien de los que se quedan.
- ¿Por qué eliminar sistemáticamente todo ambiente musical? La música puede aligerar, incluso purificar la atmósfera de un lugar. Se escogerán preferentemente composiciones que no se hayan construido en ritmo binario, es decir cuyo efecto no sea el de un martilleo (por consiguiente, de una dualidad) sino, por el contrario, de un avance.
Hay que saber también que cuanto más sea la orquestación de tipo sinfónico, más alcanzará el principio elevador que está en el corazón del ser. La rítmica se dirige a lo físico, la melódica al alma y a las emociones y la sinfónica al espíritu. Dejamos esto a consideración de cada uno, sabiendo siempre que la regla de oro consiste en respetar los deseos de la persona que se acompaña.
- Muchos son los que se preguntan acerca de la utilización del incienso. No nos parece posible responder de manera rápida y sucinta a una pregunta como ésta. En efecto, todo depende del tipo de incienso elegido y de la persona.
La función principal de un incienso es elevar el nivel vibratorio de un lugar, purificarlo de miasmas etéricos y por consiguiente facilitar la elevación de consciencia de los seres que viven en el lugar. Un buen incienso responde a estas cualidades. Ahora bien, hay que reconocer que la mayoría de nosotros elige su incienso en función del perfume que desprende. De modo que un incienso tiene reputación de bueno cuando halaga el olfato, pues nos preocupa poco saber cuál es el efecto que realmente tiene en nosotros.
Algunos inciensos atractivos llevan elementos químicos más tóxicos que purificadores. Por eso habrá que evitarlos y pedir consejo. A título de ejemplo, citemos como totalmente favorables a las terapias y al acompañamiento ciertos inciensos tibetanos que, aunque muy discretos para el olfato, no por ello son menos eficaces en materia de apaciguamiento.
Se trata ahora de saber si el ser que pide ser acompañado tolera la presencia de incienso. No siempre es el caso y nadie puede permitirse imponerlo bajo pretexto de elevar el nivel vibratorio de un lugar. Las intolerancias y alergias son menos raras de lo que se cree.
Por otra parte, el incienso evoca a veces cierto ambiente de “religiosidad” capaz de indisponer, por diversas razones, a la persona que tenemos que ayudar. Hay que tomar en cuenta este último elemento pues, a veces, por querer hacerlo demasiado bien….
¿QUÉ PENSAR DE LA PLEGARIA Y LA MEDITACIÓN?
En nuestra opinión constituyen dos elementos fundamentales del acompañamiento a los moribundos, ya sea en el domicilio o en el hospital. Creemos que la regla de oro es la de la discreción y el respeto por la confesión del que se va. Sin embargo no nos engañemos acerca del sentido de nuestra oración o meditación. Ni la una ni la otra generan fuerzas banales y no nos corresponde a nosotros orientarlas según nuestra voluntad personal. Nos parece que deben ser, ante todo, una llamada a la Luz, un diálogo interno con ésta y con el ser que estamos ayudando. El sentido de una enfermedad, de un sufrimiento, de una vida, de una muerte, no serán nuca posesiones nuestras. Contentémonos entonces sencillamente y de corazón con ser los que levantan las barreras y entreguémonos en esos instantes, a lo que conviene llamar “la ayuda y la voluntad divinas”. La fuerza que de ella se extrae reemplazará sin dificultad a la palabra que no encontramos, a la imposición de la mano que no es posible en algún lugar del cuerpo y al ambiente adecuado que no estamos en condiciones de crear.
Por otra parte, plegaria y meditación son fuerzas tan discretas que ningún contexto puede censurarlas. En lo que se refiere a los ateos, se puede entablar realmente con ellos un diálogo interior y silencioso. De una manera general, la consciencia de un moribundo suele experimentar, y de un modo penetrante, la telepatía. Así, palabras sencillas, portadoras de ternura y de sol, tendrán el valor de una oración que los ateos aceptarán saborear.
Además, los verdaderos ateos son ciertamente menos numerosos de lo que se piensa.
UNA AYUDA PRECIOSA: EL ACEITE
Hoy día se conocen cada vez mejor las virtudes de los aceites esenciales de las plantas, no sólo para el cuerpo físico sino también para el cuerpo sutil.
- A este propósito nos parece interesante señalar la existencia del aceite esencial de tuya (Thuya canadienses) cuya acción se adapta especialmente bien al acompañamiento de los moribundos. La tuya es una conífera norteamericana cuyo aceite esencial facilita considerablemente la liberación de todas las energías mentales crispadas. Es un aceite de transición en el sentido primario del término, pues tiende a abrir las puertas superiores de los cuerpos sutiles, facilitando así el paso de un estado de consciencia a otro más amplio. Su acción es rápida. Se utiliza en pequeña cantidad, en masajes lentos y delicados en la planta de los pies y en el chakra laríngeo. Fuera de este contexto se adapta, por lo demás, a casos de crispación mental.
- Otro aceite debe señalarse igualmente. No es en sí mismo un aceite esencial. Es resultado de una elaboración que se basa en las virtudes de varias plantas. Su acción liberadora se revela suave y a la vez eficaz. Se trata del “aceite de tránsito”.
Es evidente que la aplicación de los óleos no puede concebirse en el actual estado de cosas sino en un contexto familiar. Según sabemos todo medio hospitalario se opone firmemente a ello.
Por otra parte, estamos convencidos que en un futuro bastante cercano el contenido de este libro y de otras obras análogas, constituirán un ABC que a nadie se le ocurrirá poner en duda. Nos parece igualmente evidente que esta mutación de las consciencias se operará en la “base” del personal médico, inmersos en la cotidianidad de ciertas realidades y evidencias imposibles de negar. La actitud de las familias de los que se van puede contribuir de manera importante a esta metamorfosis que se ha vuelto imprescindible.
DESPUÉS DE LA PARTIDA
No diremos que es entonces cuando todo comienza….pero casi es así. En todos los casos, a nuestro entender, la actuación del acompañante debe proseguir con la misma intensidad después de la muerte. Nunca hay que olvidar que la conciencia del fallecido permanece presente alrededor de sus restos físicos durante las horas y días que siguen a la separación de los principios. Es un reflejo del ser en la inmensa mayoría de los casos. El adormecimiento total aunque momentáneo del alma o su ascensión muy rápida, constituye excepciones que no dispensan, además, en ningún caso, del acompañamiento.
No olvidemos esto: Cualquiera que sea aquello en lo que pensamos, -y el alejamiento físico no interviene- el fallecido está en condiciones de captarlo en nosotros. Desde entonces, el hecho de mantener un diálogo con él y de seguir brindándole nuestro amor, todo ello lo percibe y constituye un “potencial” moral y a la vez energético capaz de ayudarlo. Después de la muerte, sepamos pues, encontrar las palabras sencillas y adaptadas que, si es necesario, servirán de hilo de Ariadna al que nos ha dejado.
- Conviene sobre todo evitar al máximo todas las manifestaciones de dolor. Éstas, incluso si son evidentemente comprensibles, sólo pueden poner trabas y retardar la partida justa y serena del alma. Bajan notablemente el índice vibratorio del lugar y la pesadez que se desprende de ellas actúa de igual modo sobre la consciencia de la persona que queremos ayudar….y no es ésta la finalidad que procuramos.
Las fuerzas que ya anteriormente hemos evocado, a saber la plegaria y la meditación, por cuanto a todos nos ayudan a centrarnos, podrán realmente participar en el equilibrio de la situación, a menos que las revistamos de un aspecto solemne que con frecuencia sirve para generar aburrimiento y tristeza.
- El tradicional velatorio es siempre de desear, pero hay que subrayar que no se debe transformar, en la medida de lo posible, en un momento de dolor y volverse “fúnebre”. Debe situarse ante todo en el nivel de una ofrenda de amor. Su finalidad es generar una semilla de esperanza al que se ha ido si carecía de ella. Lo que busca el alma del fallecido es siempre la autenticidad, la sencillez, la espontaneidad y, evidentemente el amor constructivo. Cada uno de estos elementos reviste un aspecto vibratorio que se convierte en una fuerza extremadamente concreta desde el momento en que se abandona el mundo de la carne.
- En un supuesto ideal, sería de desear que se tocara lo menos posible el cuerpo del difunto durante los tres días que siguen a la muerte. Las coacciones de nuestra sociedad suelen hacer que esto sea difícil. No hay por qué inquietarse. Aun si la totalidad de las energías etéricas necesita, efectivamente, tres días para separarse íntegramente del físico (órgano tras órgano), el cordón de plata, por su parte, está irremediablemente roto y permite al alma proseguir su camino según su propia maduración, incluso si los vínculos energéticos secundarios aún subsisten.
Hay que saber, por otra parte, que un cuerpo etérico tarda globalmente unos cuarenta días en disolverse en el universo que es suyo después de la muerte del organismo físico. Mientras no se haya disuelto íntegramente y las partículas que lo constituyen no hayan vuelto a integrarse en los distintos elementos de la naturaleza, existe todavía un hilo conductor, a veces tenaz, entre la conciencia y el mundo cotidiano en el que se movía. La ceremonia religiosa que tradicionalmente se celebra cuarenta días después de un deceso, es resultado del conocimiento de este hecho. Facilita, si todavía no está hecha, una liberación definitiva de la consciencia del ser, con relación a sus costumbres y ataduras materiales.
Un pensamiento, una oración común o individual pueden suponer en ese momento una ayuda última a aquel que se ha acompañado. No se trata ni de una superstición ni de la adhesión a un dogma particular, sino de la comprensión particular de una ley de “física sutil”.
EL ACOMPAÑAMIENTO DE LA FAMILIA
Es prácticamente tan importante como el que se brinda al moribundo. En efecto, humanamente hablando, pocas familias conciben serenamente la partida de uno de sus miembros, cualesquiera que sean sus convicciones metafísicas o religiosas. Esta falta de serenidad que a veces se transforma en rechazo o en rebeldía, constituye, es de suponer, un verdadero veneno no sólo para ciertos miembros de la familia, sino también para el que se va que, por este hecho, se ve preso más o menos conscientemente en una oleada de angustia. Cuando es posible, acompañar a la familia no es algo “añadido” sino fundamental. La labor a realizar se parece mucho, en su principio, a la que concierne al mismo moribundo. Todo está en la palabra justa que va a engendrar el relajamiento, o en la mirada amorosa y la actitud general de compasión. Aquí tampoco sirve de nada querer probar cosa alguna. Hay que tratar solamente de sembrar aceptando de entrada la posibilidad de no poder cosechar.
Nos parece que en este caso cualquier discurso suplementario sería superfluo ya que en este ámbito la actitud justa llega a ser un asunto de corazón. Sólo añadiremos que creemos en las virtudes de la verdad y que no nos parece deseable negar el acercamiento de una muerte, cuando se ha convertido en algo evidente, bajo el pretexto de que se quiere “evitar apenar”. La pena sale de la mentira y el consuelo se expansiona en la autenticidad del amor y de la presencia que estamos brindando. La muerte no es un final, lo repetimos y hay que hacer todo, dentro del respeto a las creencias de cada uno, para que esta verdad sea integrada lo mejor posible en el corazón de la mayoría de nosotros.
Ciertamente, los consejos que hemos consignado en esta obra no constituyen sino una base de trabajo, de reflexión y sobre todo de servicio. Estas páginas no sabrían reemplazar una práctica directa junto a personas “en fase Terminal” o una ayuda a domicilio en casa de los allegados, junto a un pariente o un amigo.
Existen cierto número de asociaciones o agrupaciones que tienen por objeto la formación del acompañante. Cada persona puede entonces ponerse en contacto con ellas si desea ofrecer algo de su tiempo para este servicio fuera de un marco puramente familiar. Sepamos solamente que son de interés muy desigual según nuestra visión, ya que su apertura de espíritu y su voluntad de comprometerse son decididamente muy variables. Así, algunas podrán refutar y rechazar el testimonio que constituye la materia de esta obra, ya que el temor a lo desconocido es un obstáculo difícil de sobrepasar.
La “neutralidad” total del acompañante es el argumento que vuelve con más frecuencia en un caso semejante, pero tememos que pueda convertirse en un elemento de estancamiento. Es evidente que ya es hermoso el hecho de mostrase simplemente “humano” pero, ¿no es eso acaso lo mínimo que se puede esperar de nosotros?
No podemos olvidar que cada uno de nosotros está habitado y es solicitado por lo “suprahumano”. Más allá de las querellas de palabras y pertenencia, hacia ello nos dirigimos y no hacia el callejón sin salida que parece ser la aparición sobre la Tierra, breve y sin mañana, de cada uno de nosotros.
Aceite de tránsito
El aceite de tránsito destinado a acompañar a los moribundos reúne las siguientes energías:
- abedul, para suavizar
- haya, para aportar serenidad
- espino albo, para recentrar las energías
- abeto, para que el tránsito sea fluido
- rosa silvestre, para ayudar a la apertura al nuevo plano de consciencia
- retama, para ayudar a la renovación del tránsito.
Consejos prácticos
Es mucho lo que se ha hecho en estas últimas décadas por el mejoramiento de las condiciones de nacimiento y de los partos, pero es necesario convenir, observando lo que pasa en nuestras sociedades occidentales, que no ocurre lo mismo en lo que concierne a la muerte. Para muchos, la misma idea de la muerte sigue siendo un tabú o una fuente de ansiedad incontrolable.
Son cada vez más numerosos, no obstante, los que desean que este estado de hecho cambie lo antes posible. Así pues, a quienes se dirigen estas líneas es a todos aquellos que han visto o ven nacer en ellos una nueva toma de conciencia…a fin de que el germen de otra comprensión del “paso” siga creciendo con más fuerza. Para cambiar nuestra relación con la muerte, hay, naturalmente que modificar la comprensión que tenemos de ella.
En primer lugar, es la idea de “derrota” cuando uno se halla en su presencia lo que hay que abolir. La muerte no es ni un fracaso de la Vida ni un fracaso de la Ciencia. Es un estado de hecho natural, tan lógico, tan respetable y decente como el nacimiento; es incluso una etapa de esta Vida que creemos que se extingue…..
Cualesquiera que sean sus razones y condiciones, nos parece que ya es tiempo de que la muerte sea vista en lo sucesivo, como hemos dicho a menudo, como “l’âme-hors” . Juego de palabras menos anodino de lo que aparece a primera impresión, ya que sugiere toda la extensión del fenómeno y lo que éste implica. Precisemos ahora que los pocos consejos que siguen no son de ningún modo exhaustivos y sólo constituyen una base para la reflexión y la acción.
CONDICIONES PSICOLÓGICAS DEL ACOMPAÑANTE
El equilibrio
En principio, cada uno de nosotros en su calidad de ser humano está dotado de un potencial que debe permitirle acompañar a otro en su muerte. Sin embargo, en la práctica, hay que reconocer que suele ser de otro modo, atenazados como estamos muchos de nosotros por reflejos ancestrales de miedo.
La primera condición requerida para poder acompañar de manera sana al que se va es, haber eliminado de uno mismo lo más posible este miedo. El dominio de uno mismo es primordial ya que cuando se encuentra frente a un moribundo, nadie puede representar una comedia, ni para él mismo ni para aquel de quien tiene momentáneamente la responsabilidad. Queremos decir con esto que puede haber un abismo considerable entre el hecho de comprender mentalmente, intelectualmente, el sentido de la muerte a través de lecturas, y el de encontrarse solo, de manera concreta, frente a la acción de esta muerte. La autenticidad de uno en relación con uno mismo nos parece pues imprescindible en un paso como éste. Simplemente es necesario estar unido consigo mismo, o volver a estarlo, y por extensión con el otro; de hecho, aprender a centrarnos en nuestro corazón.
El equilibrio emocional y mental constituye finalmente la base deseable de todos los que quieren prestar un servicio en este sentido. Es necesario haber aclarado uno mismo, en toda la medida de lo posible, la propia relación con la vida y la muerte. No forzosamente “saber” por haber almacenado toneladas de libros, sino “sentir” lo que ocurre en profundidad, apreciar al máximo todo lo sagrado y respetarlo como tal. Esto no significa que el acompañamiento sea obligatoriamente asunto de “profesionales”. En efecto, ¿quién podría hablar de profesión” o de “trabajo”, tratándose de un don de sí más que de cualquier otra cosa? La primera de las cualidades requeridas, por encima de los conocimientos, seguirá siendo siempre, muy afortunadamente, la capacidad de amar. Amar incondicionalmente, es decir, sin hacer juicios, sin proyectar nuestros propios deseos o inhibiciones. Y de esto todos somos capaces. Por fortuna no se trata de esperar a ser “perfectos” para brindar ayuda a otro cuando la muerte se acerca. Diremos que se trata, más allá de todo lo que hemos mencionado, de permanecer honesto y amante.
LAS TRAMPAS A EVITAR
¿Acompañar o guiar?
La diferencia es grande entre estas dos nociones. Un guía indica necesariamente un camino que se supone que él conoce, mientras que un acompañante, como su nombre afirma, no hace “sino acompañar”, es decir, brindar un hombro para apoyarse, un sostén, un consejo.
Todo guía indica por definición su propio camino, su propia pista, la que domina y corresponde a su sensibilidad pero que no está obligatoriamente adaptada a otro.
En lo que concierne a la muerte, ocurre lo mismo. Lo que sabéis de ella no corresponde necesariamente a lo que reclama o lo que pueda soportar el otro. Guiar puede entonces significar imponer la propia visión, algo adquirido por nosotros. Acompañara, es al contrario, conformarse a la espera del otro, a su llamada más o menos confesa. Es ajustarse a su capacidad de comprensión y al ritmo de progresión que le sea propio. Todo ello se reduce a una cuestión de respeto. El acompañante puede, por supuesto, sugerir tal actitud más bien que tal otra al que “se va”, según las aperturas que sienta esbozarse o las demandas que perciba. Al sugerir no se impone. Así, por tomar un ejemplo extremo, no se pedirá al moribundo que se centre en el chakra frontal si está cerrado a toda noción de este tipo….Se comprende fácilmente que se haría nacer en él la confusión más que la serenidad de la mente.
¿Creéis o no creéis en Dios?
Poco importa ya que nadie tiene nada que probar al que se va. Los últimos instantes no deben convertirse en los de los sermones. La única preocupación debe ser la de la pacificación, pues parece cierto que es en el fondo de ella donde la esperanza y la confianza pueden instalarse. Manteniendo siempre el respeto por las creencias de cada cual, ciertamente esto es fundamental.
Silencio y palabras
El lenguaje de los últimos momentos de la vida debe ser lo más cercano posible al lenguaje universal que se llama compasión. Este pasa siempre por palabras sencillas, pero además por miradas e incluso por una simple presencia. El silencio puede a veces bastar y sustituir con ventaja a la palabra. Todo se vuelve en este caso un asunto de sentimiento. Este silencio es, por otra parte, una forma de escucha cuya importancia no se debería ignorar, pues es lo que suele permitir alcanzar al ser sutil detrás de la forma.
Cuando la necesidad de hablar se impone, y a menudo es quien realiza el tránsito el que lo reclama, todo el arte de amar consiste en saber encontrar el tipo de lenguaje que pueda entender. Cae de su peso que siempre será un vocabulario que no derribe puertas que uno sienta cerradas; pero además, detrás de las palabras, una energía que sugiere claves de pacificación. No olvidemos tampoco que el sentido del oído es el último en desvanecerse y que con frecuencia uno puede seguir comunicándose más allá del coma. Numerosos testimonios lo aseguran y nuestra propia experiencia nos ha convencido de ello.
La neutralidad
Con frecuencia se oye hablar de la neutralidad del acompañante frente al moribundo. A nuestro entender, no es quizá así como deberían presentarse las cosas. En efecto, nadie nos parece nunca verdaderamente neutral…y afortunadamente. Cada uno de nosotros emite su propia irradiación o, si se prefiere, un gran número de ondas de las cuales el aura, por ejemplo, es testigo. El que se dispone a dejar su cuerpo es especialmente sensible a ello. Lo que somos realmente, al menos en ese instante, suele captarlo mejor que otros y es suficiente para borrar todo carácter de neutralidad.
Nuestra voluntad de ayudar, nuestro calor y aquello en lo que creemos definen, por consiguiente, la coloración de nuestro ser, tal como lo ofrecemos sin darnos cuenta de ello. Nuestra tarea consistirá finalmente en hacer que esta coloración sea lo más límpida posible, es decir no embajadora de nuestros deseos, sino atenta y abierta a los del moribundo. Sólo una máquina sabe ser neutra, pero, ¿qué interés tendría en el caso presente?
Ser humanos, en el sentido pleno del término, eso es lo que se nos pide.
ALGUNOS ELEMENTOS TÉCNICOS
Estos elementos son simples sugerencias. Es evidente que no se trata de imponer su aplicación a los que “se van”. Una vez más, todo es cuestión de contacto con estos últimos, con sus creencias, su apertura, su contexto (familiar u hospitalario) que puede que se oponga a ello o a hacerlo imposible y, en definitiva, evidentemente, de la demanda. Cae de su peso igualmente que estos consejos de carácter un poco técnico no constituyen sino algo adicional, no desdeñable sin embargo, que requerirá que la fuerza del amor se encarne una vez más de forma distinta. No se trata de imponer las manos en un lugar del mismo modo que se daría un comprimido calmante. Sólo la calidad de amor que se requiere en estas prácticas muy sencillas, debe actuar a través de nosotros quienes actuamos, como un director de orquesta. No somos nosotros quienes actuamos, sino la Vida amorosa a través de nosotros, siendo el nombre que le demos un asunto de convicciones personales.
Precisemos finalmente que estas prácticas no se dirigen particularmente a terapeutas. Todos podemos emplearlas si nuestro corazón, nuestra generosidad, y las circunstancias nos impulsan a ello. Pueden utilizarse diariamente y cada vez que la necesidad se haga sentir o las reclamen.
Práctica para apaciguar el contacto con la materia
Facilita la aceptación del cuerpo que se ha convertido en fuente de tormento.
- Colocaos a los pies del que se va.
- Poned al mismo tiempo las palmas de las dos manos en ambas plantas de sus pies (por consiguiente, la mano derecha en el pie izquierdo y la izquierda en el derecho).
- Partiendo de la palma de vuestras manos, tratad de sentir un rayo de luz, fresco como una brisa de primavera. Tomad consciencia de que ese rayo va a penetrar en el interior de las dos piernas y subir hasta la pelvis. La penetración se dará esencialmente por los talones, como una corriente que es reclamada por el cuerpo.
Si el moribundo es un ser especialmente abierto y consciente, su participación será una ayuda adicional. Esta práctica puede durar tres o cuatro minutos. Aunque es de una sencillez desconcertante, no por ello deja de ser de una eficacia real. En ciertos casos puede facilitar la liberación de lágrimas, generalmente seguida de una sensación de paz.
Práctica dirigida a la relajación de la mente
Detrás de de cada oreja, conviene localizar una zona generalmente hundida situada a los dos tercios de altura de la nuca. Estas dos zonas centralizan durante períodos de ansiedad o de agitación mental lo que se ha convenido en llamar “escorias” que a su modo frenan el aligeramiento de la consciencia.
Después de haberlas situado y sobre todo sentido en las puntas de los dedos, dar un masaje ligero y regular en el sentido inverso al de las agujas del reloj. Esta acción sencilla activa y libera toda una fina red de circulación etérica (un conjunto de nadis) cuyas prolongaciones inciden en la armonía del centro frontal llamado “tercer ojo” o “ajna”. Este acto de liberación y relajamiento facilita la disolución de ciertas formas-pensamientos de carácter obsesivo y favorece una percepción más límpida de las cosas.
- Se puede acabar esta práctica colocando la mano izquierda abierta en la nuca mientras que la derecha, abierta igualmente, se posa en la frente, sin presionar. Una vez más, el resultado dependerá esencialmente de nuestra calidad de ser interna. Es necesario que, en la medida de lo posible, se encuentre uno mismo en una posición física cómoda que nos deje enteramente disponibles. Se puede realizar este acto orando en silencio según la propia fe, o incluso hablando interiormente al moribundo a gusto de nuestro propio corazón. Una actitud similar no constituye un “detalle anexo”; llama a una energía que está más allá de nuestro pequeño querer humano y con la que hay que contar en todos los casos.
Práctica enfocada a calmar situaciones emocionales
Se descompone en dos tiempos y muestra igualmente una gran sencillez.
- Colocamos primero una mano abierta (sin separar los dedos) en el tercer chakra (plexo solar) de la persona que queremos ayudar. Simultáneamente ponemos la otra del mismo modo en la garganta. Ninguna de las dos manos debe ejercer presión. El contacto físico es suficiente. Intentad entonces sentir interiormente hasta qué punto las dos zonas del cuerpo se unen a través de vosotros. Podéis igualmente visualizar un haz de luz plateada circulando de una de vuestras manos a la otra pasando por vuestro corazón.
Lo ideal es lograr respirar al mismo tiempo que el ser que intentáis aliviar. No obstante ello no debe ser un motivo de concentración o de atención capaz de haceros perder de vista lo esencial: a saber que es la Fuerza de Vida y de Amor quien opera a través de vosotros y brinda su bálsamo de serenidad.
- En una última etapa, la mano que se encontraba por encima del ombligo viene a colocarse suavemente en el pecho (de hecho, en el chakra del corazón), mientras que la otra permanecerá sobre la garganta. Se hará entonces, el mismo proceso de visualización, siempre sin esfuerzo, en la forma más amorosa posible.
Práctica cuyo objeto es la reconciliación del ser consigo mismo
Se trata de un método que requiere un mínimo de participación por parte de la persona a la que se ayuda y facilita una apertura suave y armoniosa del chakra cardíaco. Favorece la compasión y una comprensión con mayor desapego de la situación.
-Posamos la mano derecha abierta en el centro del pecho de la persona echada junto a nosotros. Cogemos su mano izquierda y la posamos sobre nuestra mano derecha. A continuación ponemos nuestra mano izquierda sobre las dos primeras mientras su mano derecha viene a colocarse sobre las otras tres. La alternancia y la comunión de energías son las que van a abrir las puertas a un torrente de amor que no habrá que dudar en llamar interiormente.
Cada práctica hecha con consciencia y sobre todo con ternura puede igualmente hacer brotar algunas lágrimas de distensión que esclarecen la situación.
ELEMENTOS EXTERNOS
Hablando en términos globales, se trata del “marco” y por tanto, del ambiente, visual, auditivo, olfativo de la habitación donde se produce el acompañamiento.
Todo ello está necesariamente condicionado por un contexto que con frecuencia no dominamos y al que hay que adaptarse.
El contexto hospitalario
Con toda evidencia, limita considerablemente la instalación de un ambiente tranquilizador. Salvo rara excepción, da lugar privilegiado al anonimato y tiende, por consiguiente, a uniformizar las circunstancias de un paso que, por definición, debiera estar adaptado a cada persona.
El calor del acompañante deberá pues, sustituir a aquel del que carece el lugar ya que sería de extrañar que os permitieran colocar elementos en el ambiente capaces de favorecer la partida. Todo lo más, es factible aportar algunos objetos personales pertenecientes al moribundo y que evocan acontecimientos felices de su vida (por ejemplo, fotografías, un cuadro).
No serviría de nada un encontronazo con el personal hospitalario que, en la inmensa mayoría de los casos, no está todavía preparado para considerar la muerte de otra manera, aunque se van dando cada vez más casos aislados de toma de conciencia.
Lo que hace falta preservar ante todo es la quietud de la habitación. Por quietud no entendemos necesariamente silencio, sino armonía. En efecto, el que se va, suele tener más necesidad de lo que se cree de un ambiente auditivo vivo, alegre y confiado que de un silencio religiosos que tiende a aislar en exceso. También en esto hay que aprender a percibir la necesidad de aquel que se acompaña y no reaccionar según estereotipos del estilo de “se va a morir, luego eso es triste, luego hace falta una cara de circunstancias, un tono de voz apenas audible y necesariamente quejumbroso”.
Los elementos dominantes deben ser dulzura y ternura. Si no se las puede procurar a la mirada, se puede al menos brindarlas al oído.
El contexto familiar
Este es el preferible en la mayor parte de los casos, ya que reintegra al moribundo a su ambiente, que tal vez él mismo ha creado o al menos está acostumbrado a él y en eso constituye un punto de referencia, un elemento estable. Los olores múltiples de la vida de una casa, sus ruidos familiares, su luz particular, el contacto físico con ciertos objetos, constituyen otros tantos elementos que son apoyos no desdeñables para una partida apacible. Aislar al moribundo de todo elemento que evoque vida y alegría (a menos, evidentemente, que éste reclame tal aislamiento o que un sufrimiento físico lo imponga) nos parece un error fundamental.
Recordemos que la muerte no es otra cosa sino una transición y que, si bien reclama calma y serenidad, para nada llama a una petrificación de toda forma de vida. Hay que liberarla de una vez por todas de su máscara morbosa por el bien de los que se quedan.
- ¿Por qué eliminar sistemáticamente todo ambiente musical? La música puede aligerar, incluso purificar la atmósfera de un lugar. Se escogerán preferentemente composiciones que no se hayan construido en ritmo binario, es decir cuyo efecto no sea el de un martilleo (por consiguiente, de una dualidad) sino, por el contrario, de un avance.
Hay que saber también que cuanto más sea la orquestación de tipo sinfónico, más alcanzará el principio elevador que está en el corazón del ser. La rítmica se dirige a lo físico, la melódica al alma y a las emociones y la sinfónica al espíritu. Dejamos esto a consideración de cada uno, sabiendo siempre que la regla de oro consiste en respetar los deseos de la persona que se acompaña.
- Muchos son los que se preguntan acerca de la utilización del incienso. No nos parece posible responder de manera rápida y sucinta a una pregunta como ésta. En efecto, todo depende del tipo de incienso elegido y de la persona.
La función principal de un incienso es elevar el nivel vibratorio de un lugar, purificarlo de miasmas etéricos y por consiguiente facilitar la elevación de consciencia de los seres que viven en el lugar. Un buen incienso responde a estas cualidades. Ahora bien, hay que reconocer que la mayoría de nosotros elige su incienso en función del perfume que desprende. De modo que un incienso tiene reputación de bueno cuando halaga el olfato, pues nos preocupa poco saber cuál es el efecto que realmente tiene en nosotros.
Algunos inciensos atractivos llevan elementos químicos más tóxicos que purificadores. Por eso habrá que evitarlos y pedir consejo. A título de ejemplo, citemos como totalmente favorables a las terapias y al acompañamiento ciertos inciensos tibetanos que, aunque muy discretos para el olfato, no por ello son menos eficaces en materia de apaciguamiento.
Se trata ahora de saber si el ser que pide ser acompañado tolera la presencia de incienso. No siempre es el caso y nadie puede permitirse imponerlo bajo pretexto de elevar el nivel vibratorio de un lugar. Las intolerancias y alergias son menos raras de lo que se cree.
Por otra parte, el incienso evoca a veces cierto ambiente de “religiosidad” capaz de indisponer, por diversas razones, a la persona que tenemos que ayudar. Hay que tomar en cuenta este último elemento pues, a veces, por querer hacerlo demasiado bien….
¿QUÉ PENSAR DE LA PLEGARIA Y LA MEDITACIÓN?
En nuestra opinión constituyen dos elementos fundamentales del acompañamiento a los moribundos, ya sea en el domicilio o en el hospital. Creemos que la regla de oro es la de la discreción y el respeto por la confesión del que se va. Sin embargo no nos engañemos acerca del sentido de nuestra oración o meditación. Ni la una ni la otra generan fuerzas banales y no nos corresponde a nosotros orientarlas según nuestra voluntad personal. Nos parece que deben ser, ante todo, una llamada a la Luz, un diálogo interno con ésta y con el ser que estamos ayudando. El sentido de una enfermedad, de un sufrimiento, de una vida, de una muerte, no serán nuca posesiones nuestras. Contentémonos entonces sencillamente y de corazón con ser los que levantan las barreras y entreguémonos en esos instantes, a lo que conviene llamar “la ayuda y la voluntad divinas”. La fuerza que de ella se extrae reemplazará sin dificultad a la palabra que no encontramos, a la imposición de la mano que no es posible en algún lugar del cuerpo y al ambiente adecuado que no estamos en condiciones de crear.
Por otra parte, plegaria y meditación son fuerzas tan discretas que ningún contexto puede censurarlas. En lo que se refiere a los ateos, se puede entablar realmente con ellos un diálogo interior y silencioso. De una manera general, la consciencia de un moribundo suele experimentar, y de un modo penetrante, la telepatía. Así, palabras sencillas, portadoras de ternura y de sol, tendrán el valor de una oración que los ateos aceptarán saborear.
Además, los verdaderos ateos son ciertamente menos numerosos de lo que se piensa.
UNA AYUDA PRECIOSA: EL ACEITE
Hoy día se conocen cada vez mejor las virtudes de los aceites esenciales de las plantas, no sólo para el cuerpo físico sino también para el cuerpo sutil.
- A este propósito nos parece interesante señalar la existencia del aceite esencial de tuya (Thuya canadienses) cuya acción se adapta especialmente bien al acompañamiento de los moribundos. La tuya es una conífera norteamericana cuyo aceite esencial facilita considerablemente la liberación de todas las energías mentales crispadas. Es un aceite de transición en el sentido primario del término, pues tiende a abrir las puertas superiores de los cuerpos sutiles, facilitando así el paso de un estado de consciencia a otro más amplio. Su acción es rápida. Se utiliza en pequeña cantidad, en masajes lentos y delicados en la planta de los pies y en el chakra laríngeo. Fuera de este contexto se adapta, por lo demás, a casos de crispación mental.
- Otro aceite debe señalarse igualmente. No es en sí mismo un aceite esencial. Es resultado de una elaboración que se basa en las virtudes de varias plantas. Su acción liberadora se revela suave y a la vez eficaz. Se trata del “aceite de tránsito”.
Es evidente que la aplicación de los óleos no puede concebirse en el actual estado de cosas sino en un contexto familiar. Según sabemos todo medio hospitalario se opone firmemente a ello.
Por otra parte, estamos convencidos que en un futuro bastante cercano el contenido de este libro y de otras obras análogas, constituirán un ABC que a nadie se le ocurrirá poner en duda. Nos parece igualmente evidente que esta mutación de las consciencias se operará en la “base” del personal médico, inmersos en la cotidianidad de ciertas realidades y evidencias imposibles de negar. La actitud de las familias de los que se van puede contribuir de manera importante a esta metamorfosis que se ha vuelto imprescindible.
DESPUÉS DE LA PARTIDA
No diremos que es entonces cuando todo comienza….pero casi es así. En todos los casos, a nuestro entender, la actuación del acompañante debe proseguir con la misma intensidad después de la muerte. Nunca hay que olvidar que la conciencia del fallecido permanece presente alrededor de sus restos físicos durante las horas y días que siguen a la separación de los principios. Es un reflejo del ser en la inmensa mayoría de los casos. El adormecimiento total aunque momentáneo del alma o su ascensión muy rápida, constituye excepciones que no dispensan, además, en ningún caso, del acompañamiento.
No olvidemos esto: Cualquiera que sea aquello en lo que pensamos, -y el alejamiento físico no interviene- el fallecido está en condiciones de captarlo en nosotros. Desde entonces, el hecho de mantener un diálogo con él y de seguir brindándole nuestro amor, todo ello lo percibe y constituye un “potencial” moral y a la vez energético capaz de ayudarlo. Después de la muerte, sepamos pues, encontrar las palabras sencillas y adaptadas que, si es necesario, servirán de hilo de Ariadna al que nos ha dejado.
- Conviene sobre todo evitar al máximo todas las manifestaciones de dolor. Éstas, incluso si son evidentemente comprensibles, sólo pueden poner trabas y retardar la partida justa y serena del alma. Bajan notablemente el índice vibratorio del lugar y la pesadez que se desprende de ellas actúa de igual modo sobre la consciencia de la persona que queremos ayudar….y no es ésta la finalidad que procuramos.
Las fuerzas que ya anteriormente hemos evocado, a saber la plegaria y la meditación, por cuanto a todos nos ayudan a centrarnos, podrán realmente participar en el equilibrio de la situación, a menos que las revistamos de un aspecto solemne que con frecuencia sirve para generar aburrimiento y tristeza.
- El tradicional velatorio es siempre de desear, pero hay que subrayar que no se debe transformar, en la medida de lo posible, en un momento de dolor y volverse “fúnebre”. Debe situarse ante todo en el nivel de una ofrenda de amor. Su finalidad es generar una semilla de esperanza al que se ha ido si carecía de ella. Lo que busca el alma del fallecido es siempre la autenticidad, la sencillez, la espontaneidad y, evidentemente el amor constructivo. Cada uno de estos elementos reviste un aspecto vibratorio que se convierte en una fuerza extremadamente concreta desde el momento en que se abandona el mundo de la carne.
- En un supuesto ideal, sería de desear que se tocara lo menos posible el cuerpo del difunto durante los tres días que siguen a la muerte. Las coacciones de nuestra sociedad suelen hacer que esto sea difícil. No hay por qué inquietarse. Aun si la totalidad de las energías etéricas necesita, efectivamente, tres días para separarse íntegramente del físico (órgano tras órgano), el cordón de plata, por su parte, está irremediablemente roto y permite al alma proseguir su camino según su propia maduración, incluso si los vínculos energéticos secundarios aún subsisten.
Hay que saber, por otra parte, que un cuerpo etérico tarda globalmente unos cuarenta días en disolverse en el universo que es suyo después de la muerte del organismo físico. Mientras no se haya disuelto íntegramente y las partículas que lo constituyen no hayan vuelto a integrarse en los distintos elementos de la naturaleza, existe todavía un hilo conductor, a veces tenaz, entre la conciencia y el mundo cotidiano en el que se movía. La ceremonia religiosa que tradicionalmente se celebra cuarenta días después de un deceso, es resultado del conocimiento de este hecho. Facilita, si todavía no está hecha, una liberación definitiva de la consciencia del ser, con relación a sus costumbres y ataduras materiales.
Un pensamiento, una oración común o individual pueden suponer en ese momento una ayuda última a aquel que se ha acompañado. No se trata ni de una superstición ni de la adhesión a un dogma particular, sino de la comprensión particular de una ley de “física sutil”.
EL ACOMPAÑAMIENTO DE LA FAMILIA
Es prácticamente tan importante como el que se brinda al moribundo. En efecto, humanamente hablando, pocas familias conciben serenamente la partida de uno de sus miembros, cualesquiera que sean sus convicciones metafísicas o religiosas. Esta falta de serenidad que a veces se transforma en rechazo o en rebeldía, constituye, es de suponer, un verdadero veneno no sólo para ciertos miembros de la familia, sino también para el que se va que, por este hecho, se ve preso más o menos conscientemente en una oleada de angustia. Cuando es posible, acompañar a la familia no es algo “añadido” sino fundamental. La labor a realizar se parece mucho, en su principio, a la que concierne al mismo moribundo. Todo está en la palabra justa que va a engendrar el relajamiento, o en la mirada amorosa y la actitud general de compasión. Aquí tampoco sirve de nada querer probar cosa alguna. Hay que tratar solamente de sembrar aceptando de entrada la posibilidad de no poder cosechar.
Nos parece que en este caso cualquier discurso suplementario sería superfluo ya que en este ámbito la actitud justa llega a ser un asunto de corazón. Sólo añadiremos que creemos en las virtudes de la verdad y que no nos parece deseable negar el acercamiento de una muerte, cuando se ha convertido en algo evidente, bajo el pretexto de que se quiere “evitar apenar”. La pena sale de la mentira y el consuelo se expansiona en la autenticidad del amor y de la presencia que estamos brindando. La muerte no es un final, lo repetimos y hay que hacer todo, dentro del respeto a las creencias de cada uno, para que esta verdad sea integrada lo mejor posible en el corazón de la mayoría de nosotros.
Ciertamente, los consejos que hemos consignado en esta obra no constituyen sino una base de trabajo, de reflexión y sobre todo de servicio. Estas páginas no sabrían reemplazar una práctica directa junto a personas “en fase Terminal” o una ayuda a domicilio en casa de los allegados, junto a un pariente o un amigo.
Existen cierto número de asociaciones o agrupaciones que tienen por objeto la formación del acompañante. Cada persona puede entonces ponerse en contacto con ellas si desea ofrecer algo de su tiempo para este servicio fuera de un marco puramente familiar. Sepamos solamente que son de interés muy desigual según nuestra visión, ya que su apertura de espíritu y su voluntad de comprometerse son decididamente muy variables. Así, algunas podrán refutar y rechazar el testimonio que constituye la materia de esta obra, ya que el temor a lo desconocido es un obstáculo difícil de sobrepasar.
La “neutralidad” total del acompañante es el argumento que vuelve con más frecuencia en un caso semejante, pero tememos que pueda convertirse en un elemento de estancamiento. Es evidente que ya es hermoso el hecho de mostrase simplemente “humano” pero, ¿no es eso acaso lo mínimo que se puede esperar de nosotros?
No podemos olvidar que cada uno de nosotros está habitado y es solicitado por lo “suprahumano”. Más allá de las querellas de palabras y pertenencia, hacia ello nos dirigimos y no hacia el callejón sin salida que parece ser la aparición sobre la Tierra, breve y sin mañana, de cada uno de nosotros.
Aceite de tránsito
El aceite de tránsito destinado a acompañar a los moribundos reúne las siguientes energías:
- abedul, para suavizar
- haya, para aportar serenidad
- espino albo, para recentrar las energías
- abeto, para que el tránsito sea fluido
- rosa silvestre, para ayudar a la apertura al nuevo plano de consciencia
- retama, para ayudar a la renovación del tránsito.
Maravillosa entrada. Con vuestro permiso lo voy a copiar íntegramente en mi blog (di-ajo.blogspot.com.es) para difundir este mensaje, así como vuestra página.
ResponderEliminarUn abrazo de luz
Susanna
Excelente guía para ayudar en momentos tan cruciales de la existencia, cuando se cierra el ciclo y es preciso desprenderse del mundo con serenidad y en paz.
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