lunes, 18 de julio de 2011

JORNADAS ELABORACION DEL DUELO 2011


"LA CALIDAD DE NUESTRA MUERTE DEPENDERÁ DE LA CALIDAD DE NUESTRA VIDA"

Vengo de Elche de la Sierra, y mi nombre es Rosa Valles. Como mi marido ha explicado perdimos a nuestro hijo pequeño José Luís cuando le faltaban muy pocos días para cumplir trece años. Hoy para mí es un día muy importante lleno de un gran significado. Durante estos tres años de duelo he estado escribiendo un libro dedicado a mi hijo. Comencé a escribir de una forma espontánea, que surgía de mi necesidad interior de expresarme, de identificar todo lo que aparecía dentro de mí y que a veces no tenía la persona adecuada para poderle contar todo mi dolor. La escritura me abrió la puerta hacia ese mundo interior tan rico que tenemos todos los seres humanos, que es como una piedra preciosa y es el regalo que el otro nos da y que nosotros le damos.
Quiero agradeceros a todos vuestra presencia en este día tan importante, de presentación de mi libro “Palabras para el recuerdo". ¿Por qué empecé a escribir? en primer lugar como terapia personal para sanar mi dolor, luego para que no quedase su recuerdo en el olvido, porque sé que es importante para el alma familiar de la que formamos parte con nuestros seres queridos, el conservar la historia familiar y por último para ayudar a otros padres que han sufrido la pérdida de un hijo a través de mi testimonio.
A mí me gustaría hablar hoy de la muerte, por eso he titulado la conferencia: “La calidad de nuestra muerte dependerá de la calidad de nuestra vida”, porque creo que en esta sociedad moderna occidental, el tema de la muerte todavía tiene mucho trabajo por hacer, para conocer qué es la muerte, qué hay después de la muerte, y de cómo teniendo esa consciencia de la muerte podemos aprender a vivir intensamente, porque hay mucha gente que por desgracia cuando llega ese momento de la muerte se arrepienten de no haber podido vivir la vida como a ellos les hubiera gustado vivirla. Entonces en ese momento es cuando surgen todos esos arrepentimientos de “a mí me hubiera gustado hacer esto, o me hubiera gustado hacer lo otro, me hubiera haber gustado vivir esta relación de pareja de otra manera, o la relación con mis hijos de otra forma, y es una lástima que esperemos al momento de la muerte para darnos cuenta de lo importante que es la vida, de lo importante que es disfrutar cada día desde que nos levantamos, agradeciendo un día más con todo lo que puede surgir que no lo sabemos.
Nos creemos que lo tenemos todo controlado, que lo tenemos todo programado en nuestras agendas, pero a veces suceden cosas como las que habéis escuchado aquí en las jornadas, que nos demuestran que la muerte puede llegar en cualquier momento, de forma inesperada, que lo único que tenemos es este momento presente, y ahí es donde tenemos que volcar todos nuestros sentidos, todo nuestro corazón y entregarnos conscientemente a cada instante.
Hay muchísima literatura de grandes maestros que tratan el tema de la muerte, por nombrar algunos como Elisabeth Küble-Ross en "La muerte un amanecer", Raymond Moody con su libro “Vida después de la Vida”, ó “El viaje definitivo” de Stanislav Grov, y “El Zen de la vida y la muerte” de Philippe Kapleau. Quiero citar un párrafo de “El libro tibetano de la vida y de la muerte” del maestro Sogyal Rimpoché, el prólogo está escrito por el Dalai Lama y dice así: “Es evidente que a la mayoría de nosotros nos gustaría tener una muerte apacible, sin embargo está claro que no podemos esperar morir así si nuestras vidas han estado impregnadas de violencia o si nuestras mentes han estado agitadas predominantemente por emociones como la ira, el miedo o el apego. Por lo tanto, si deseamos morir bien tenemos que aprender a vivir bien. Ayudar a los demás a morir bien es tan importante como prepararnos para nuestra propia muerte, la manera en que morimos es extremadamente importante, y cada uno de nosotros debería poder morir en paz y en plenitud, sabiendo que está rodeado por el mejor acompañamiento espiritual posible. Quiero decir que en esta sociedad occidental moderna, la mayoría de la gente tiene dos formas de enfrentar la muerte, una es negarla, intentar huir de ella, no querer ni hablar de ella, por considerarse algo morboso, deprimente, incluso algunos temen que si hablan de la muerte de alguna forma la están atrayendo, por lo tanto lo mejor es esconderla. Hay otra gente que la ve de una forma casi jovial, superficial, piensan que como todos nos tenemos que morir y es un proceso natural, como el del nacimiento, el de la vida, pues ya llegará y se pasará, pero está claro que momento de la muerte al igual que el del nacimiento son los dos momentos más importantes en la vida de un ser humano, porque llegamos del mundo espiritual a este mundo material, físico a aprender una serie de cosas, y de las más importantes es desarrollar nuestra capacidad de amar. Desgraciadamente la capacidad de amar se amplifica mucho más en los momentos de mayor dolor y sufrimiento, surge también en los momentos de crisis, que nos hace despertar a la espiritualidad y empezamos a sentir con el corazón, es como si bajáramos del plano mental, racional, analítico, y cuando empieza el dolor y el sufrimiento, comenzamos el proceso de interiorización que lleva al despertar espiritual.
Es cuando empezamos a escuchar esa voz que llevamos dentro que sin duda es el alma. Y de eso es de lo que yo quiero hablaros hoy. Creo que con cada muerte aprendemos algo, que no es lo mismo que se nos muera un padre, o una madre o que se nos muera un hijo, que al morir alguien cercano, un ser querido nos recuerda que también nosotros somos mortales y que como persona individual somos caducos y no vamos a estar aquí eternamente. Eso ya de por sí tiene un mensaje bastante trascendente, pero está claro que cuando mayor es el lazo afectivo que sentimos por ese ser querido que se va, mayor es el dolor y todas las emociones que surgen y cada una de las muertes tiene un significado distinto.
A mí me gusta mucho al hablar de la muerte, utilizar lo que dicen los budistas, se refiere a que muchos grandes maestros espirituales cuando se acerca un discípulo a preguntarles sobre el sentido de la vida, el maestro le pregunta si él cree en la vida después de la vida, parece ser que el maestro se da cuenta de que las personas que creen que hay vida después de la vida mantienen una actitud ante la vida distinta, un actitud de mayor responsabilidad y eso también influye en esta sociedad moderna en la que nos hemos vuelto tan materialistas que creemos que con la muerte se acaba todo. El pensar que después de la vida hay otra vida nos da una profundidad mucho mayor, una trascendencia y una responsabilidad hacia el futuro y las generaciones que vendrán después, para dejarles este lugar lo más hermoso posible. El poder acercarnos hacia la muerte con una actitud sagrada y de respeto ayuda a la persona que se va a emprender el viaje de una forma mucha más serena, apaciguada y sin miedo.
Yo creo profundamente que hay vida después de la vida y partiendo de esta creencia, voy a utilizar una metáfora que me gusta mucho del maestro Dokusho del Templo Luz Serena, en Requena, él utiliza la metáfora de la gota de rocío, que es preciosa. Dice que cada mañana en los días fríos podemos observar una gota de rocío que se ha condensado, esa condensación se ha producido porque ha habido unas circunstancias o condiciones favorables de humedad y de temperatura que han hecho posible que aparezca esa gota de rocío, y que la podamos ver. Cuando esas mismas circunstancias ambientales cambian, la gota de rocío desaparece, pero eso no significa que la gota de rocío no exista, lo que ocurre es que se ha disuelto y se ha hecho invisible a nuestros ojos, pero sigue existiendo. De la misma manera, creo que cuando morimos, nuestro cuerpo físico muere, pero hay una parte de nosotros que continúa.
Quiero hablaros de las tres muertes que para mí han tenido significados distintos y que han abierto en mí una puerta hacia esa dimensión espiritual que es lo que ha ayudado a creer que hay vida después de la vida. A creerlo, no como un pensamiento filosófico o teórico, ni una reflexión, sino desde el corazón.
Mi padre, al que yo estaba muy vinculada afectivamente y me unía un cariño muy especial, murió cuatro o cinco meses después de detectarle un cáncer. Tras su entierro, al regresar de Alicante, donde vive mi familia, continué con mi trabajo, mis actividades y mi rutina diaria. La pena que sentía por su pérdida me la guardé y no la escuché ni le dediqué el tiempo que necesitaba para ser acogida.
Al cabo de un año y medio o dos aproximadamente, yo empecé a darme cuenta de que me afectaban mucho los conflictos que tenía con la gente, con los compañeros de trabajo y algunos amigos, al principio pensé que eran enganchones como todo el mundo tiene, nada fuera de lo común. Pero me sorprendían mis reacciones, demasiado amplificadas dentro de mí, yo pensaba “pero bueno, ¿cómo me hace tanto daño a mí esto?, ¿por qué me siento tan dolida? si solo son diferencias, un conflicto no puede afectarme tanto... Casi siempre le echaba la culpa a los demás: “este es un cabezón, un intolerante, un..." siempre la culpa estaba fuera de mí y a mí no me pasaba nada. Poco a poco empecé a observar que esa forma de reaccionar podía ser debido a que dentro de mí había una gran herida, o más heridas, había dolor, era un dolor antiguo que venía de bastante atrás, que es lo que sucede a veces con las pérdidas, que abren heridas de nuestro pasado. A veces me llegaban imágenes con recuerdos de mi infancia que me daban pistas, señales de por qué podía estar todo ese dolor ahí, eran cosas del pasado que yo me daba cuenta de que me estaban haciendo daño en el momento presente, y me estaban impidiendo sentirme entera, completa, sentirme feliz. Entonces fue hablando con una amiga de este tipo de cosas cuando comencé a reconocer que el problema estaba dentro de mí y no fuera; fue un paso muy importante porque a partir de ese instante decidí que quería hacer un trabajo personal, y entonces comenzaron a abrirse puertas.
Una vez que comienzas a darte cuenta, y a ver con claridad, creo que de alguna forma todo a nuestro alrededor se compincha para que aparezcan esas personas, ese libro o ese mensaje que tú necesitas escuchar, y que te llega en el momento exacto para que hagas ese trabajo que tienes que hacer. Y eso es lo que a mí me ocurrió, mi amiga me habló de una terapia llamada "respiración holotrópica", un método fundado por Stanislav Grof, psicólogo checo que había estado trabajando durante muchos años con enfermos mentales y enfermos terminales. Al inicio de sus investigaciones, él utilizaba sustancias psicotrópicas, como el LSD para dárselo a sus pacientes a fin de inducirlos a un estado de consciencia alterado, un estado de consciencia no ordinario, y así despertar nuestro sanador interno(él parte de la base de que todos llevamos dentro esa capacidad de sanar, como potencial). Más tarde dejó de utilizar esas sustancias psicotrópicas porque la ley prohibíó el consumo y el uso de esas sustancias o drogas, incluso para este tipo de investigaciones científicas, entonces empezó a indagar para ver de qué forma podía inducir hacia estos estados a sus pacientes sin usar estas sustancias. Investigando distintas formas de trance, de iniciaciones, de viajes y rituales de chamanes, descubrió que a través de un tipo de respiración y de un tipo de música se podía llegar a estos estados de conciencia donde hay una emergencia espiritual. Es una técnica basada en una forma de respiración circular que se hace en grupo, siempre con el seguimiento de los terapeutas; la música que acompaña este proceso es muy potente y evocadora, ésta nos va conectando con las distintos partes de nuestro cuerpo energético, emocional y espiritual. Animada por mi amiga decidí hacer esta terapia en el Centro Budista Ji Ko An (en la Alpujarra de Granada), al finalizar el proceso teníamos que dibujar un mandala. (Un mandala es un dibujo que se hace dentro de un círculo, dejas aflorar el subconsciente dibujando lo primero que te sale). Mi padre murió en el 2005 y yo hice esta terapia aproximadamente en septiembre del 2006, cuando aún no había perdido a mi hijo. Curiosamente, dibujé un mandala que no tenía nada que ver con lo que yo había vivido durante el proceso de respiración holotrópica.
En el centro del círculo dibujé a un niño pequeño que estaba en medio de una montaña, en la parte superior del niño dibujé el símbolo de la divinidad, representado por un gran ojo dentro de un triángulo, que emitía unos rayos luminosos a través de unas manos que se dirigían hacia el niño. En la parte exterior derecha del círculo dibujé unas sombras, como una especie de capuchinos negros que en vez de brazos, tenían alargaciones que intentaban llegar al niño. Ese fue mi dibujo y yo no intenté entender o interpretar su significado. Al final de la terapia, durante la puesta en común expliqué lo que había experimentado durante la sesión y algunas personas me aconsejaron hacer una terapia de constelaciones familiares, y bueno pues ahí surgió otra puerta y me dije "¿por qué no?, ahora que estoy empezando a trabajar mis emociones, quiero seguir indagando y descubriendo el por qué de todo este sufrimiento que a mí me impide ser feliz", y como es el anhelo de toda persona, yo quería ser feliz y no quería volver a ese sufrimiento. Entonces decidí hacer la terapia de constelaciones familiares, que también es una terapia en grupo para trabajar temas familiares, de reconciliación con el pasado, o para perdonar a seres queridos con los cuales ha habido problemas, incluso si han muerto, eso no importa, a mí me ayudó mucho porque es un método integrador y muy transformador. Después continué con la terapia Gestalt, siguiendo mi proceso de sanación, no quería dejarlo sin acabar, así pues hice tres sesiones de Gestalt; en mayo del 2008 decidí dejarlo y en junio fue el accidente de mi hijo.... Cuando sucedió el accidente de mi hijo inmediatamente conecté con mi mandala y pensé qué me estaba diciendo aquel dibujo, enseguida asocié el accidente con aquel dibujo pensando que mi alma sabía lo que me iba a pasar, y que lo había reflejado a través de ese dibujo. Comprendí que hay un conocimiento y una sabiduría que viene del alma, que sabe lo que tenemos que vivir en esta vida y que a veces emerge, en estados de conciencia alterada o en otros momentos y ese dibujo era una señal. Me preguntaba: "¿todo este trabajo que yo he estado haciendo tras la muerte de mi padre hasta ahora, ha sido una terapia para sanar el dolor por la pérdida de mi padre o es que me estaba preparando para la muerte de mi hijo, porque algo dentro de mí sabía lo que me iba a pasar?". Está claro que este trabajo me sirvió de mucha ayuda.
Pero ocurrió algo después de la muerte de mi hijo que para mí fue muy importante y que yo lo tengo que contar aquí aunque me da un poco de pudor y vergüenza. Mi hijo murió en un accidente, durante una excursión, él había ido a ver escalar a unos chicos, con un grupo de amigos, y hubo un derrumbamiento de montaña, empezaron a caer rocas, de todos los niños que estaban allí, solo le dio a él una roca, fue un impacto fulminante, cayó al suelo inconsciente, los servicios de emergencia del 112 fueron hasta La Longuera, ese lugar tan hermoso donde enterramos sus cenizas, el lugar donde él había crecido feliz desde pequeño junto a mis hijas, donde se subían a los árboles, descubrían cuevas, se bañaban en el río y pescaba. Cuando murió hicimos el entierro en el pueblo, pero habíamos decidido incinerar su cuerpo para poder enterrar sus cenizas en aquel lugar un mes más tarde, en julio. Ese día, cuando ya lo teníamos todo preparado, habíamos elegido el árbol, había venido muchos amigos y amigas de distintos lugares de España a darle su despedida, y cuando íbamos a salir de casa recibo una llamada de teléfono, suena el móvil y escucho la voz de una mujer conocida, me pregunta si estoy sola y le digo que no, que tenía visita de amigos que habían venido porque era el día del entierro de las cenizas de José Luís, yo estaba emocionada y algo nerviosa, era un día importante para nosotros. Entonces me pidió que me fuera a un sitio para hablarme de algo importante a solas.
Me fui a una habitación de casa y me senté, ella empezó a hablar, me dijo: “créeme Rosa, me cuesta mucho decirte lo que tengo que decirte, he estado toda la noche dándole vueltas sin pegar ojos pensando en qué palabras usar para que tú no me interpretes, para que tú no me juzgues, para que no lo recibas mal, pero piensa que solamente soy una mensajera, escúchame y luego tú decides lo que quieres hacer con lo que yo te he dicho. En esos momentos, yo me puse más nerviosa, sentí un nudo en el estómago, sentía como si la fuerza de mi cuerpo se iba, sentía debilidad en las piernas, entonces me dijo: “ayer recibí la llamada de teléfono de un chico que conozco y que es parapsicólogo. Este chico no conoce La Longuera, no conoce a tu hijo, pero él me ha dicho que había recibido la visita de un niño, que ese niño le pedía que yo hablara con su madre porque mañana iba a tener lugar algo relacionado con sus cenizas y que él quería que sus cenizas estuvieran en un lugar concreto, ella me describió cómo era ese lugar, me dijo que había agua, que estaba un poco escondido, un lugar del valle pero no era el árbol que teníamos preparado, conforme me lo describía, inmediatamente yo sabía de qué lugar se trataba. Es como una pequeña gruta y cuando llovía se llenaba de agua, la tierra es muy arcillosa, todo el suelo se llenaba de fango, a él y a su amigo les gustaba ir allí en verano, porque se estaba muy fresquito, se llenaban de barro y luego se metían en una balsa, donde antiguamente se lavaba el esparto y se lo quitaban, era su lugar secreto, donde les gustaba jugar. Entonces como podéis imaginar me quedé impactada, nerviosa, pero no quise empezar a pensar, me importaba un bledo si aquello era verdad o mentira, lo único que yo quería era ayudar a mi hijo, y si eso era bueno para que él emprendiera su viaje hacia ese otro lugar con más luz, con más paz y con más libertad yo le iba a ayudar. Entonces le contesté: “Pero si nosotros lo tenemos todo preparado, el agujero para la urna, ahora no puedo cambiar de lugar, ¿cómo le explico a la gente lo que me dices?". Ella me dijo:"no importa, coge unas pocas cenizas y ponlas en un frasco aparte, y otro día vais al lugar y las esparces allí". Así lo hice, lo guardé e hicimos todo como estaba previsto. Para mí aquello me llegó al corazón porque mi hijo me estaba diciendo: “mamá, estoy aquí contigo", él me estaba enviando un mensaje muy claro que yo quería cumplir, ¿por qué no? ¿qué tenía de malo aquello?.
Esto fue en julio, y al día siguiente mi marido y yo nos fuimos rumbo a Las Alpujarras para hacer un intensivo de terapia de respiración holotrópica y constelaciones familiares. (Se me ocurrió porque como a mí la respiración holotrópica me había ayudado tanto tras la muerte de mi padre, enseguida pensé ¿por qué no hacerla de nuevo los dos juntos? Mi marido tenía sus resistencias pero confió en mí y se dejó llevar pensando en que eso iba a ser bueno para los dos).
Durante el viaje apenas podíamos hablar, los dos sentíamos una inmensa tristeza, una de las cosas que a mí más me atormentaba era pensar si mi hijo había sufrido cuando le habían caído las piedras en la cabeza, aunque él aparentemente parecía dormido, solo tenía un chichón, no habían rasgos de tragedia en su cuerpo, ni heridas graves, solo una leve inflamación en el lado derecho de su cabeza, como un simple chichón, de hecho mientras que íbamos hacia el hospital de Albacete, pensábamos que los médicos nos dirían que nuestro hijo tenía un coágulo en la cabeza, no que estaba a punto de fallecer. Pero aquel pensamiento me atormentaba de vez en cuando y lo llevaba en el subconsciente. Entonces, durante el proceso de la respiración holotrópica mientras yo estaba respirando con la música tribal de los tambores, que facilita la liberación de la energía bloqueada, y que luego cambia ayudando a que aparezcan profundas e intensas emociones de dolor y tristeza, en un momento dado empecé a visualizar a unos niños que iban por un valle, entretenidos entre risas y juegos, de repente ví a mi hijo, yacía dormido, no habían escenas de tragedia, ni dramatismo, ni gritos, nada que me dijera que aquello había sido trágico; para mí significaba la confirmación de que él no había sufrido.
Yo no estuve allí el día del accidente y al visualizarlo pude vivirlo en primera persona, eso me tranquilizó mucho. El proceso de respiración continuó y a entonces ocurrió algo muy hermoso, de repente sentí junto a mí una presencia, con sus manos cogía las mías y me empezaba a elevar, era como si un alma cogiera mi alma y me llevara, empecé a sentir que me elevaba cada vez más y me dejaba llevar por esas manos y empezamos a planear desde muy arriba, en el cielo, sentía una libertad sin límites, es muy difícil de explicar con palabras, muy difícil, era una sensación de plenitud, de gozo, de fluidez, y los dos, su espíritu y mi espíritu íbamos juntos sobrevolando toda la belleza de la tierra, viéndolo todo como cuando vas en un avión o en un ala delta, yo nunca he montado en un ala delta pero imagino que es algo así. Y era como si en una comunicación que no era con palabras, él me dijera: “¡ves mamá, qué bien que estoy!, no te preocupes, no sufras, ¡ves qué bien que estoy!". Aquella imagen desapareció, abrí los ojos, yo no había perdido la consciencia en ningún momento, porque con la respiración holotrópica entras en un estado de consciencia alterada pero estás consciente en todo momento, yo veía y oía al grupo de gente con el que estaba, gente que ha sufrido diferentes traumas en su vida, lloraban, gritaban o reían, yo oía todo esto y les vi de nuevo, yo miré a mi marido que era mi acompañante, y le dije: “yo ya no quiero seguir aquí, vamonos fuera”.
Me sentía tan a gusto, tan bien, que lo único que quería era que esa sensación no acabara nunca, quería conservarla todo el tiempo posible, salimos al exterior, era verano, como os he dicho y entonces había una piscina y yo sentía la necesidad de meterme en el agua, de bañarme, refrescarme, me sumergí en el agua y la sensación fue única, muy especial, no sentía el límite entre mi cuerpo, el agua, el aire, era una sensación de fusión total con Todo, me puse a flotar y en el cielo vi que había un águila dando vueltas y pensé que me hablaba y me decía: “mamá, no te lo has imaginado, no lo has soñado, yo estoy aquí”. Para mí aquello fue como un regalo precioso del cielo, al igual que el mensaje de mi hijo el día de sus cenizas. Todo eso fue una ayuda tremenda para mí porque veía que él seguía vivo de otra forma, en otra dimensión, que mis ojos no podían ver, que mis oídos no podían escuchar pero que era tan real como la que percibimos con los sentidos físicos. Poco después, en septiembre aproximadamente salí a la calle para ir a comprar, en un esfuerzo de los que hay que hacer para volver a la vida normal, porque intentas evitar que la gente te pregunte cómo estás, porque no puedes responder que estás bien; pues uno de esos días me encuentro con una persona que me dice que iba a haber en Albacete un seminario que se llama “Vida después de la Vida”, y que venía una médium de las más famosas del mundo y que por lo visto, los organizadores de ese seminario habían intentado traerla en varias ocasiones pero les había resultado imposible.
Antes de morir mi hijo, a mí no me atraía nada en absoluto el tema de la parapsicología, yo tenía el concepto de espiritualidad dentro de la tradición religiosa cristiana porque es lo que yo he vivido desde pequeña en nuestra cultura, pero ese aspecto del mundo espiritual era algo para mí totalmente desconocido y que no me interesaba. Yo sabía que en Hellín habían organizado este tipo de jornadas anteriormente, pero nunca había tenido interés en asistir, no era mi momento ni era mi necesidad. Pero aquel año en septiembre y después del mensaje que había recibido el día de las cenizas de mi hijo, parecía que todo estaba preparado para que yo estuviera receptiva a ese tipo de cosas, para que no me cuestionara nada, ni empezara a juzgar ni a interpretar, si esto está bien o mal, simplemente para mí eran como ayudas del cielo que mi hijo me estaba enviando para que yo pudiera soportar el dolor y el desgarro que sentía, en los momentos tan duros en los que deseaba morir, como el día que llamé a Emi, de Talitha, porque estaba tan mal que deseaba irme con él.
Entonces, cuando me enteré que venía esta médium a Albacete, pensé: “esta mujer viene para mí, es un regalo”. Entonces me puse en contacto con los organizadores del seminario, yo quería una consulta privada personal, yo pensaba “si mi hijo me ha dado ya un mensaje, ¿por qué no puede ser que necesite decirme ahora algo nuevo a través de esta mujer?” Yo necesitaba estar en contacto con él, necesitaba escucharle. Entonces cuando les llamé por teléfono, me dijeron que esta mujer iba a Alicante, todo resultaba muy fácil porque mi familia vivía allí. Cuando fuimos allí, mi marido no tenía claro si entrar o no, mientras aparcábamos el coche le pregunté: “¿vas a entrar conmigo?" Y me respondió: “no sé”. Hasta que no abrieron la puerta de la consulta y apareció ella ante nuestros ojos, mi marido no se decidió a entrar. Cuando entramos los dos, explicamos que habíamos perdido un hijo hacía pocos meses, pero no dijimos cómo había muerto, yo no le expliqué los detalles del accidente ni nada de eso. Entonces ella me pidió unas fotos y le enseñé las fotos de nuestras hijas y nuestro hijo. (Como dicen las psicólogas, el dolor se siente físicamente cuando muere alguien muy cercano y yo lo sentía aquí en el esternón, era una sensación que aparecía con frecuencia durante el primer año o un poco más, y a veces aún me repite cuando estoy muy emocionada, era como si me hubieran clavado un puñal en el centro del pecho, una especie de escozor o quemazón, acompañado de presión). En esos momentos, mientras ella observaba las fotos, empecé a sentir esa sensación, y entonces ella me miró a los ojos, sin que yo hubiera abierto la boca y me dijo: “tu hijo está entrando a través de tus vibraciones, está aquí. Hay un niño, lleva una gorra, y está dando vueltas alrededor de nosotros en la sala y se está haciendo así en la cabeza (con su gesto se daba golpecitos con el puño cerrado en el lado derecho de su cabeza, mi hijo llevaba una gorra el día de su muerte, y ahí era el sitio donde le había caído la piedra). A partir de ese momento no nos cabía ninguna duda de que el que estaba allí era nuestro hijo. Entonces ella empezó a darnos mensajes suyos, mensajes que solamente nosotros podíamos saber que se trataba efectivamente de él; porque yo creo que cuando una persona canal o médium te da un mensaje, no te vale cualquier mensaje, ni cualquier persona, y para que tú sepas si ese mensaje te sirve o no, creo que hay una parte dentro de ti que te confirma y te da la certeza de que lo que te están trasmitiendo es real, es cierto, y eso puede venir por una sensación o por una imagen que te haga asociar un recuerdo a eso que te está diciendo. Porque claro, la persona que te está dando ese mensaje, ni ha conocido a tu hijo ni a conocido las vivencias que tú hayas podido tener con él. Te dice unas palabras, y eres tú quien descifra el significado de esas palabras, y ahí está la clave, yo creo que ese ser desencarnado, utiliza otro lenguaje, no sé si telepático o cómo llamarlo, y así también se comunica en ese momento, para que tú sepas que lo que te está diciendo es cierto. En aquella cita ella nos dijo que nuestro hijo había venido para marcharse pronto y que él sabía que había venido para estar poco tiempo, nos dijo que él ya había estado a punto de morirse en otra ocasión y nos había dado una oportunidad de quedarse por más tiempo. Inmediatamente al escuchar esto, mi marido recordó una vez que nuestro hijo cayó en una piscina sin saber nadar, tenía tres años y mi marido tuvo que meterse a por él vestido para poderlo sacar. Aquel recuerdo de la piscina fue una anécdota, un susto sin consecuencias graves que nosotros no habíamos vuelto a recordar nunca más hasta ese instante. Todo esto me llevó a creer que hay vida después de la vida, y que cuando abandonamos el cuerpo físico, "el capullo", como dice Elisabeth Küble-Ross, el alma continúa viva y hay que hacer un proceso de disolución.
Marilyn Rossner insistió mucho en esto durante su seminario, y también nos enseñó unas técnicas para ayudar a los moribundos en el proceso de desencarnar, y os lo digo porque después de esto murió mi madre, fue el pasado 30 de agosto, y gracias a todas las enseñanzas que he podido descubrir tras la muerte de mi hijo, todo lo que he leído y lo que he vivido, me ha servido muchísimo para poder acompañar a morir a mi madre, a que se fuera de una forma muy serena y en paz. Una de las cosas que decía esta médium es que es muy importante guiar al moribundo y decirle por qué fases va a pasar, como dice el Dr. Raymond Moody en su libro “Vida después de la Vida”. Marilyn decía que cuando una persona está a punto de morir, es muy importante que su espíritu abandone el cuerpo por el chakra siete, que es el del “Yo superior”, el que nos conecta con ese cordón de plata o etérico por el que regresamos de nuevo al mundo espiritual del que hemos venido. Por ello es muy importante hacer círculos con la mano en sentido contrario a las agujas del reloj, en cada uno de los siete chakras del moribundo, en las palmas de las manos y en las plantas de los pies, eso es muy importante para que el espíritu abandone el cuerpo por el chakra siete y no por el tres, que es el de las emociones, porque si no le va a costar más desapegarse de todo este mundo material al que estamos tan apegados. También decía que era muy importante guiarles hacia la luz, y yo le decía a mi madre: “Mamá, ve hacia la Luz, dirígete siempre hacia la Luz”. Porque ella decía, al igual que el Dr. Raymond Moody, que en el momento de la muerte, aparecen muchas escenas de nuestra vida, aparecen muchas imágenes de personas que nos han hecho daño, o de seres queridos, y nos podemos quedar ahí atrapados, enganchados, entonces es muy importante ir siempre hacia La Luz, seguir la Luz, por eso yo le decía a mi madre: “mamá, no tengas miedo, José Luís va a estar contigo, dándote la mano, guiándote, déjate llevar por él, y por el papá”.
Algo que le sucedía a mi madre poco antes de morir y que según la doctora Elisabeth Küble-Ross es algo frecuente que les ocurre a pacientes moribundos, es que empiezan a ver a seres queridos que han fallecido antes que ellos. Mi madre sufría de enfermedades crónicas: insuficiencia renal, diabetes, cardíopatías, hipertensión, osteopenia, y todo eso se empezó a agravar en el proceso de envejecimiento, comenzaron a darle morfina, y en el último mes y medio aproximadamente, empezó a hablar de mi padre, como si siguiera aún vivo, hablaba de acontecimientos del pasado como si estuvieran sucediendo en el presente, como si ella estuviera en su pueblo, en la casa de sus padres y decía que había otros seres con ella, entonces yo había leído que esto era normal, pero los médicos por supuesto decían que eran alucinaciones, producidas por la falta de oxígeno en el cerebro. Sin embargo yo sabía que no, a veces mientras estaba acostada en su cama, señalando hacia la puerta con su mirada perdida y con el azul de sus ojos casi gris cristalino, decía: “el nene” , y le preguntábamos: “mamá, ¿qué nene? Y respondía: “ese nene, el nene” la foto de mi hijo estaba en el tocador de su habitación y mi hermana se la acercaba y le preguntaba: “¿es este nene?, ¿es José Luís? Y mi madre decía: “sí, es el nene”. Yo sé que mi hijo estaba con ella en el momento de su muerte, y mi padre también. Recuerdo un día en que yo estaba con ella antes de que muriera, de pronto se puso muy nerviosa y quería levantarse de la cama para irse a la calle, me decía “levántame, vísteme, quiero ir a la calle”, y yo le dije: “mamá, ¿qué te pasa? estoy aquí, a tu lado, no te preocupes, quédate tranquila", ella insistí en que se quería levantar para irse, yo estaba sorprendida porque se incorporaba a pesar de su extrema debilidad; entonces asustada le decía: "no te puedes levantar, estás muy débil y te puedes caer, entonces te podrías romper la cadera y sería peor para todos, ¿no ves que no puedes?" viendo que era imposible calmarla la incorporé para que estuviera sentada en la cama y me senté a su lado, le eché la mano por el hombro y pensé cómo podía decirle que se estaba muriendo y que no debía tener miedo; yo intuía que ella lo sabía pero que tampoco quería hablar de ello porque tenía tanto miedo a la muerte, que no lo quería decir, y yo de pronto pensé en mi padre, porque ella a menudo preguntaba por él, y entonces se me ocurrió preguntarle por él: ¿y el papá? Y levantando la cabeza me miró y me dijo: “está ahí, detrás de ti”, entonces sin dudar de lo que me decía, le pregunté: ¿y qué quiere? Y me dijo: “que me cuides” y se puso a llorar. Yo le dije “claro que sí mamá, yo te voy a cuidar, voy a estar aquí contigo, no sufras. Y el papá también te quiere mucho, ¿tú quieres estar con él? Y me decía: Sí, yo siempre le he querido mucho y le sigo queriendo”, mientras seguía llorando como una niña pequeña. Sentí una gran ternura por mi madre en aquellos instantes. Sé que los seres queridos vienen a ayudarles a que se vayan sin miedo. Cuando ya vimos que mi madre estaba tan débil que no podía ni tragar, ni hablar, ni mirarnos, avisamos al médico de cuidados paliativos que la había estado llevando y nos confirmó que había llegado el momento de morir, la sedó para que no sufriera, entonces cogí un libro y empecé a leerle textos sagrados, pues es muy importante leer textos sagrados al moribundo, si no es creyente, también podemos leerles poesía, cualquiera que entrañe un mensaje de paz y sirvan para calmar la mente. Cuando se está acompañando a un moribundo, a un ser querido que está apunto de cruzar el umbral, es de gran ayuda cantarles, yo le cantaba a mi madre unos cánticos que aprendí y que en esos momentos surgieron espontáneamente, todos conocemos alguna canción, de esas que cuando la escuchas, te reconforta y te hace sentirte bien. Yo le cantaba y le decía a mi madre: “mamá, vas a estar con el papá, con el nene, con tu virgen de Belén, porque ella era devota de la Virgen de Belén, que era la patrona de su pueblo Almansa, y siempre que en su vida tenía problemas, ella se encomendaba a su virgen de Belén, entonces yo le decía: “vas a estar con tu virgen de Belén, tan guapa y tan hermosa, sobre todo cuando ella se ponía nerviosa, hubo sobre todo un momento muy crítico que se puso muy nerviosa, yo le decía: “mamá, imagina que estás en un prado, lleno de flores, de todos los colores, y que vas a hacer un ramo precioso para llevárselo a la Virgen”; yo lo hacía para guiar su mente hacia un estado de paz y serenidad, dejándome llevar por la intuición que todos tenemos dentro y que como decía la Dra. Küble-Ross: "el conocimiento intuitivo surge en momentos de intimidad, en momentos muy sagrados y en ambientes muy cálidos para guiarte y decirte cómo lo tienes que hacer, con respeto, y solo tienes que dejar que te lleve, y a la razón hay que dejarla a parte, sin dejarle controlar nada, dejar que solo la intuición te guíe". Y así tuve la oportunidad de acompañar a mi madre y de ayudarle para que tuviera una muerte muy tranquila, en su casa, allí estábamos todos sus hijos e hijas, también sus nietos y nietas, todos estábamos allí con ella, y fue un momento familiar muy sagrado, que lo vivimos juntos de manera muy especial, todo ello gracias a crear ese ambiente tan íntimo y cálido.
Yo creo que lo principal que quería comentaros hoy aquí ya os lo he trasmitido, lo importante que es prepararnos para el momento de la muerte, y el prepararnos no significa hacer nada especial, significa simplemente despertar hacia esa otra dimensión espiritual que todos tenemos dentro, independientemente de la religión a la que pertenezcamos, da igual que seamos budistas, hindúes o cristianos, la espiritualidad, el alma está dentro de cada uno de nosotros, incluso aquellos que se consideran agnósticos o ateos, también ellos la tienen, y en el momento de la muerte, si sabemos acercarnos con esa calidez, con esa actitud de respeto hacia ese instante sagrado, el moribundo puede tener un despertar también espiritual, transformador, y comprender muchas cosas que no haya podido comprender en todos sus años de vida, y quizás en ese momento sí.
Y esto es todo, muchas gracias por escucharme.

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