En el Templo organizan muchas actividades a lo largo del año, cursos, jornadas y retiros de meditación Zen, además de un programa de estudios budistas muy amplio. También dan la oportunidad a quienes desean conocerles, de participar en la vida de la comunidad gracias a las dos semanas de voluntariado anuales, una en verano y otra en otoño. Los voluntarios se comprometen a participar en el samu (trabajo meditativo) realizando diversas tareas de jardinería, pintura, limpieza o albañilería, a cambio de alojamiento, alimentación, meditación zen y la enseñanza del Maestro.
Mi estancia durante la semana de voluntariado en otoño del 2010 supuso un regalo para mí, pues fue una parada para beber de la fuente universal en medio del oasis y alejada del mundanal ruido. Es un buen lugar para conectar de nuevo con nuestro mundo interior, para escuchar el alma, para alimentar el espíritu y acariciar el corazón. El ritmo pausado, el ambiente de silencio, la belleza del paisaje y las enseñanzas del Maestro junto con la práctica de meditación zen diaria invitan a ello.
Lo más costoso para mí fue la disciplina, el tener que levantarme cada día a las 6.30 h. para ir a meditar y acostarnos después de la meditación nocturna que comienza a las 22h. No sé si es algo común a las mujeres en general, porque lo cierto es que la mayoría de los miembros de la comunidad son hombres y también la mayoría de los participantes en las jornadas y demás actividades. A pesar de ello, os aseguro que la meditación zen es una herramienta muy eficaz para aliviar el estrés y encontrar la paz interior, que yo describo como un estado de equilibrio emocional que surge de estar centrado, conectado con uno mismo, y que en circunstancias difíciles de la vida aporta serenidad y armonía por muy increíble que parezca.
También es una vía para alcanzar otros estados alterados de conciencia, como la respiración holotrópica, la hipnosis, la regresión a vidas pasadas o los sueños. Esos estados de conciencia nos ayudan a trascender nuestro yo egoico y la pequeñez de nuestra realidad inmediata, para sumergirnos en el más allá de la mente, en la Realidad Absoluta, en el infinito de los Cielos.
Este tipo de experiencias son accesibles a cualquier ser humano, no hace falta ser un Iluminado.
Dentro de las grandes religiones se habla de estos estados, pero para vivir la experiencia de Dios no hace falta pertenecer a ninguna confesión religiosa, la espiritualidad es algo innato del ser humano, es nuestra esencia, la que no conoce Vida ni Muerte, la que es eterna, como dice el místico cristiano y maestro budista Willigis Jäger en muchos de sus libros, como "La ola es el mar" por citar alguno de los que más me gustan.
También el psicólogo checo y fundador de la respiración holotrópica habla de ello en su libro "El juego cósmico". Hay una extensa literatura que trata de este tema tan profundo y trascendental en la evolución de la humanidad y en la psique humana.
En mi vida, la situación desencadenante que me llevó a acercarme a este mundo espiritual y sagrado fueron las pérdidas más importantes de mi vida a una edad en la que yo necesitaba respuestas urgentes y convincentes sobre el sentido de la vida: la muerte de mi padre en 2005, la de mi hijo en 2008 y la de mi madre en 2010.
Sobre esto he publicado un libro que se titula "Palabras para el recuerdo" y que podéis leer, a través de la descarga gratuita o de su compra. Para ello, pincha aquí o envíame un email.
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