Uno de los escritores más importantes en Occidente que hablan sobre la muerte desde el punto de vista místico y trascendental es sin duda Willigis Jäger.
Teólogo, monje benedictino y maestro zen, habla de la experiencia de Dios, como algo accesible a cualquier ser humano, independientemente de la tradición religiosa a la que pertenezcan, incluso para quienes no se sienten religiosos en absoluto.
"Tenemos en nuestro interior posibilidades para comprender la realidad de un modo que no puede abordarse con la razón. Nuestra conciencia personal supone un gran logro de la evolución, pero al mismo tiempo supone una limitación. Caer en la cuenta de esa limitación es esencial para nuestra especie." Fuente: caminoalosagrado.wordpress.com
Su obra literaria es muy extensa: "Partida hacia un país nuevo", "En busca del sentido de la vida", "La vida no termina nunca", "La ola es el mar"....
Os animo a leer un extracto de uno de sus libros: La ola es el mar (Willigis Jäger)
Sócrates dijo la hermosa frase de que la filosofía no era otra cosa que la práctica del morir. Lo mismo se puede decir de la mística, sólo que el morir del místico es el desasirse del yo, es mucho más difícil que la muerte física. La mística no es otra cosa que la búsqueda de nuestra identidad verdadera. Morir en la mística es un morir que no se ocupa de sí mismo ni de cómo va a continuar la existencia en el más allá. Es un morir hacia algo mucho mayor, en el que se ha relegado la pregunta por la permanencia de la personalidad. Es un desasimiento de todo lo que es irrelevante.
Lo irrelevante es el yo, cuya relatividad se conoce en la experiencia de la realidad transpersonal. Pues allí el ser humano entra en un estado de conciencia donde ya no es yo, pero en el que está muy despierto y presente. Desde esa perspectiva el yo aparece como lo que es: un centro de organización y funcionamiento para esta existencia terrenal. Fue creado para la dinámica de la vida; es creativo y la cultura es originada por él. El miedo a la muerte solo puede desaparecer con la disolución del yo; es decir, cuando el ser humano en la experiencia mística se sale de la conciencia egoíca entrando en el ámbito transpersonal, donde experimenta la unidad más allá de toda duda.
Muere en tu cojín, se dice en el zen. Y en la medida en que nuestro pequeño yo, ese conglomerado de procesos psíquicos tan asustado, desesperado, agresivo, oportunista, manipulador, y también alegre, aunque no demasiadas veces, en la misma medida se desarrollará la confianza, la seguridad y la alegría.
El arte de morir consiste en el desapego. No sabemos cómo será el morir, pero hay muchos indicios de que morir es el despertar. No es que se cierre una puerta sino que se abre otra.
En la mayoría de los relatos de experiencias cercanas a la muerte, se suele describir como algo gozoso y fascinante, de forma que muchos hubieran querido seguir por el camino hacia la muerte.
En sólo algunos casos, los menos numerosos, se habla de experiencias negativas, que son tan sólo una fase pasajera que se debe al fuerte apego con la estructura del yo. Agarrarse produce el horror vacui o l horror a los demonios, que no son más que términos que sirven para describir el proceso de desapego del yo. Pero habría que quitarles el regusto negativo, pues el proceso de purificación no es algo negativo, sino el camino hacia la liberación.
Por lo tanto es importante considerarlo como algo positivo a pesar de todo el miedo y el dolor que puedan conllevar, y no negarse a él. Desgraciadamente, en el cristianismo hemos oído hablar demasiado del castigo y del juicio y muy poco de lo nuevo que nos espera.
De todas las necesidades que tenemos, de crear, conocer y experimentar la vida, ninguna puede compararse a la voluntad de desarrollarse espiritualmente para liberarse a uno mismo y a los demás del sufrimiento.
Sin embargo, se necesitan innumerables vidas de esfuerzo y una gran determinación para desarrollar todo el potencial a fin de alcanzar este logro. Es imposible irrumpir en el mundo como una persona iluminada sin esta preparación. Como el deseo de volver a vivir está condicionado por la necesidad de querer desarrollarse, es muy probable que una persona se sienta atraída por un estado de existencia que le sea más favorable para realizar esta actividad. Debe recordarse que es el deseo de continuar viviendo y el apego a la noción de una individualidad separada lo que nos impulsa una y otra vez hacia los nuevos círculos de nacimiento y muerte. Pero podemos involucionar tanto como evolucionar, dependiendo de las causas y condiciones negativas o positivas que hayamos establecido en el pasado. Nuestros anhelos más profundos nos empujan y atraen a un nivel inconsciente, y nos conducen hacia aquello que realmente necesitamos, aunque no sea lo que creemos necesitar o querer a nivel consciente.
Hay otro elemento en juego. Podríamos denominarlo la ley de la atracción. La mente inconsciente ejerce el enorme poder de atraer a otras personas de inclinaciones parecidas. Tanto a nivel consciente como inconsciente creamos nuestro entorno.
Es imposible vivir una existencia llena de temores y enojos, causando grandes sufrimientos, y en el momento de la muerte escapar del castigo kármico con un buen pensamiento. El miedo es un apego a aquello que tememos y, perversamente, este apego es el que provoca que suceda lo que más tememos o lo que más deseamos evitar.
Igualmente, una persona que haya percibido realmente su verdadera naturaleza (y todos podemos hacerlo), tiene la ventaja de saber qué es lo que debe hacer. A menudo, este estado va acompañado de una gran fuerza interior (desarrollada a través de una firme y regular práctica espiritual o de meditación), que le ayuda a trascender el sufrimiento y los obstáculos.
De esta manera, somos los únicos responsables de nuestro destino y de la situación de nuestra vida, ya sea buena o mala.
El universo no es en primer lugar materia. Es un campo gigantesco, penetrándolo todo, ligando todo, manifestándose en las múltiples formas y seres. Hoy en día los átomos se consideran como estructuras complejas de actividades, como patrones de vibraciones energéticas en campos. Los campos no consisten en materia, sino que la materia consiste en campos y en energía que se acumula en ellos. Energía y espíritu se unen como campo en el ser humano.
El campo posee una resonancia mórfica. Si algo se repite muchas veces, se van formando campos parecidos. Un campo es un nivel dotado de relaciones internas, que es organizado por potencias no causales. Todas las partes tienen un efecto sobre todas las demás. Estos campos carecen de espacio y tiempo, son distintos de los campos magnéticos o eléctricos. Su efecto es psicológico y también influencian las emociones. El campo crea formas, es morfogenético. ¿Qué interés tiene para nosotros el concepto de campo? Somos parte de una totalidad en la que todo está relacionado con todo. Si una parte sufre un cambio, también hay una modificación en todas las demás, y no sólo en el nivel físico, sino también en el mental. Parece que cada especie posee un campo morfogenético propio. Cada uno contribuye a ese campo morfogenético universal.
La transformación ocurre por resonancia del campo. Esto es una ley en un nivel más elevado. Los campos entran en contacto e interactúan entre sí, y en cierta medida son contagiosos. Con otras palabras: Quien ama, transforma el mundo. El que tenga benevolencia, crea un campo auxiliador, curativo y creador de orden.
Estos campos tienen la capacidad de influenciar la mente colectiva de la sociedad. Crean energías positivas y cambian el mundo.
El amor nos convierte en seres humanos. Somos responsables de lo que irradia de nosotros y siempre irradia algo de nosotros: benevolencia, animadversión, odio, amor, compasión…El amor no comienza en la palabra y el abrazo, comienza en nuestros sentimientos y pensamientos. El amor es la ley de construcción del mundo. Es la condición previa para todo crecimiento y maduración. Quien no establece intercambios afectuosos, no podrá crecer. El amor cura. Es la mejor medicina, y no solo en sentido figurado. La capacidad de amar no ejercitada enferma. El amor tiene que gastarse, sino se va acumulando, convirtiéndose finalmente en odio. Al final de nuestras vidas no contarán nuestros méritos y obras. Nos tendremos que enfrentar sobre todo a la pregunta sobre cuánto hemos amado.
Amor es la actitud básica del universo, amor como experiencia de unidad. El que no es capaz de abrirse hacia el otro no está en concordancia con el desarrollo que corresponde a la evolución.
Sócrates dijo la hermosa frase de que la filosofía no era otra cosa que la práctica del morir. Lo mismo se puede decir de la mística, sólo que el morir del místico es el desasirse del yo, es mucho más difícil que la muerte física. La mística no es otra cosa que la búsqueda de nuestra identidad verdadera. Morir en la mística es un morir que no se ocupa de sí mismo ni de cómo va a continuar la existencia en el más allá. Es un morir hacia algo mucho mayor, en el que se ha relegado la pregunta por la permanencia de la personalidad. Es un desasimiento de todo lo que es irrelevante.
Lo irrelevante es el yo, cuya relatividad se conoce en la experiencia de la realidad transpersonal. Pues allí el ser humano entra en un estado de conciencia donde ya no es yo, pero en el que está muy despierto y presente. Desde esa perspectiva el yo aparece como lo que es: un centro de organización y funcionamiento para esta existencia terrenal. Fue creado para la dinámica de la vida; es creativo y la cultura es originada por él. El miedo a la muerte solo puede desaparecer con la disolución del yo; es decir, cuando el ser humano en la experiencia mística se sale de la conciencia egoíca entrando en el ámbito transpersonal, donde experimenta la unidad más allá de toda duda.
Muere en tu cojín, se dice en el zen. Y en la medida en que nuestro pequeño yo, ese conglomerado de procesos psíquicos tan asustado, desesperado, agresivo, oportunista, manipulador, y también alegre, aunque no demasiadas veces, en la misma medida se desarrollará la confianza, la seguridad y la alegría.
El arte de morir consiste en el desapego. No sabemos cómo será el morir, pero hay muchos indicios de que morir es el despertar. No es que se cierre una puerta sino que se abre otra.
En la mayoría de los relatos de experiencias cercanas a la muerte, se suele describir como algo gozoso y fascinante, de forma que muchos hubieran querido seguir por el camino hacia la muerte.
En sólo algunos casos, los menos numerosos, se habla de experiencias negativas, que son tan sólo una fase pasajera que se debe al fuerte apego con la estructura del yo. Agarrarse produce el horror vacui o l horror a los demonios, que no son más que términos que sirven para describir el proceso de desapego del yo. Pero habría que quitarles el regusto negativo, pues el proceso de purificación no es algo negativo, sino el camino hacia la liberación.
Por lo tanto es importante considerarlo como algo positivo a pesar de todo el miedo y el dolor que puedan conllevar, y no negarse a él. Desgraciadamente, en el cristianismo hemos oído hablar demasiado del castigo y del juicio y muy poco de lo nuevo que nos espera.
De todas las necesidades que tenemos, de crear, conocer y experimentar la vida, ninguna puede compararse a la voluntad de desarrollarse espiritualmente para liberarse a uno mismo y a los demás del sufrimiento.
Sin embargo, se necesitan innumerables vidas de esfuerzo y una gran determinación para desarrollar todo el potencial a fin de alcanzar este logro. Es imposible irrumpir en el mundo como una persona iluminada sin esta preparación. Como el deseo de volver a vivir está condicionado por la necesidad de querer desarrollarse, es muy probable que una persona se sienta atraída por un estado de existencia que le sea más favorable para realizar esta actividad. Debe recordarse que es el deseo de continuar viviendo y el apego a la noción de una individualidad separada lo que nos impulsa una y otra vez hacia los nuevos círculos de nacimiento y muerte. Pero podemos involucionar tanto como evolucionar, dependiendo de las causas y condiciones negativas o positivas que hayamos establecido en el pasado. Nuestros anhelos más profundos nos empujan y atraen a un nivel inconsciente, y nos conducen hacia aquello que realmente necesitamos, aunque no sea lo que creemos necesitar o querer a nivel consciente.
Hay otro elemento en juego. Podríamos denominarlo la ley de la atracción. La mente inconsciente ejerce el enorme poder de atraer a otras personas de inclinaciones parecidas. Tanto a nivel consciente como inconsciente creamos nuestro entorno.
Es imposible vivir una existencia llena de temores y enojos, causando grandes sufrimientos, y en el momento de la muerte escapar del castigo kármico con un buen pensamiento. El miedo es un apego a aquello que tememos y, perversamente, este apego es el que provoca que suceda lo que más tememos o lo que más deseamos evitar.
Igualmente, una persona que haya percibido realmente su verdadera naturaleza (y todos podemos hacerlo), tiene la ventaja de saber qué es lo que debe hacer. A menudo, este estado va acompañado de una gran fuerza interior (desarrollada a través de una firme y regular práctica espiritual o de meditación), que le ayuda a trascender el sufrimiento y los obstáculos.
De esta manera, somos los únicos responsables de nuestro destino y de la situación de nuestra vida, ya sea buena o mala.
El universo no es en primer lugar materia. Es un campo gigantesco, penetrándolo todo, ligando todo, manifestándose en las múltiples formas y seres. Hoy en día los átomos se consideran como estructuras complejas de actividades, como patrones de vibraciones energéticas en campos. Los campos no consisten en materia, sino que la materia consiste en campos y en energía que se acumula en ellos. Energía y espíritu se unen como campo en el ser humano.
El campo posee una resonancia mórfica. Si algo se repite muchas veces, se van formando campos parecidos. Un campo es un nivel dotado de relaciones internas, que es organizado por potencias no causales. Todas las partes tienen un efecto sobre todas las demás. Estos campos carecen de espacio y tiempo, son distintos de los campos magnéticos o eléctricos. Su efecto es psicológico y también influencian las emociones. El campo crea formas, es morfogenético. ¿Qué interés tiene para nosotros el concepto de campo? Somos parte de una totalidad en la que todo está relacionado con todo. Si una parte sufre un cambio, también hay una modificación en todas las demás, y no sólo en el nivel físico, sino también en el mental. Parece que cada especie posee un campo morfogenético propio. Cada uno contribuye a ese campo morfogenético universal.
La transformación ocurre por resonancia del campo. Esto es una ley en un nivel más elevado. Los campos entran en contacto e interactúan entre sí, y en cierta medida son contagiosos. Con otras palabras: Quien ama, transforma el mundo. El que tenga benevolencia, crea un campo auxiliador, curativo y creador de orden.
Estos campos tienen la capacidad de influenciar la mente colectiva de la sociedad. Crean energías positivas y cambian el mundo.
El amor nos convierte en seres humanos. Somos responsables de lo que irradia de nosotros y siempre irradia algo de nosotros: benevolencia, animadversión, odio, amor, compasión…El amor no comienza en la palabra y el abrazo, comienza en nuestros sentimientos y pensamientos. El amor es la ley de construcción del mundo. Es la condición previa para todo crecimiento y maduración. Quien no establece intercambios afectuosos, no podrá crecer. El amor cura. Es la mejor medicina, y no solo en sentido figurado. La capacidad de amar no ejercitada enferma. El amor tiene que gastarse, sino se va acumulando, convirtiéndose finalmente en odio. Al final de nuestras vidas no contarán nuestros méritos y obras. Nos tendremos que enfrentar sobre todo a la pregunta sobre cuánto hemos amado.
Amor es la actitud básica del universo, amor como experiencia de unidad. El que no es capaz de abrirse hacia el otro no está en concordancia con el desarrollo que corresponde a la evolución.
El que se cierra a la autotrascendencia se hunde.
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