Como relato en mi libro "Palabras para el recuerdo", uno de los recursos de mayor ayuda en el proceso de duelo que hemos vivido mi marido y yo tras perder a nuestro hijo ha sido sin lugar a dudas la práctica espiritual continua. Cada día buscábamos un momento para la intimidad y la expresión de nuestro Ser más profundo. Juntos meditábamos, rezábamos plegarias de distintas tradiciones religiosas, que aprendimos en la Comunidad del Arca de Lanza del Vasto, y entonábamos algún cántico para cerrar este espacio de recogimiento.
En este ambiente tan íntimo y sagrado, afloraban las emociones, los pensamientos, los recuerdos y la voz de nuestro corazón desgarrado; dejándolos salir libremente nos hacíamos más conscientes del dolor que llevábamos dentro; y lejos de reprimirlo o de intentar disimularlo, lo dejábamos fluir con compasión hasta vaciarnos, para dejar que la calma y la paz se instalaran de nuevo en nuestro interior, entonces nos invadía un sentimiento de mucho Amor, que servía de ungüento para las heridas de nuestra alma. Ese Amor nos decía que aunque ya no le volveríamos a ver más, el lazo de unión entre nosotros y el amor que sentíamos por él no desaparecerían nunca.
Al principio utilizábamos nuestra habitación para este fin hasta que fuimos capaces, cuatro meses después de la muerte de nuestro hijo, de retirar y reubicar sus objetos personales de la habitación para convertirla en nuestro pequeño y luminoso templo.
En este artículo del bloque "Lecturas recomendadas sobre la muerte" veréis varios apartados de distintos autores, que aparecen de manera sucesiva porque guardan una estrecha relación entre sí, pues todos ellos explican lo importante que es hacer a lo largo de nuestra vida un trabajo de preparación para el momento de nuestra muerte.
La verdad sobre el hecho de morir es que en realidad lo estamos experimentando cada día de nuestra vida. En la vida ocurren con regularidad estos graves cambios de las relaciones humanas. Incluyen la muerte de una pareja, de uno de los miembros de la familia, de un amigo íntimo...
Cuando una persona a la que amamos nos deja o nos rechaza, sentimos también una especie de muerte. Como nos aferramos a las formas, no es fácil desprenderse de ellas. Cuanto más nos aferremos a la gente y a las cosas, más dolor nos causará su pérdida. A la mayoría de las personas, el cambio les produce una situación de estrés: el divorcio, el cambio de trabajo, de ciudad, un enfermedad, un cambio de estatus social o económico...Pero el primero de los factoras en la lista es la muerte. La muerte es el único cambio que no podemos controlar. Todas las estaciones de la vida: la infancia, adolescencia, madurez y vejez, implican inevitablemente pérdidas humanas.
Pero como el cuadro de la muerte está pintado en nuestra cultura con unos colores tan lúgrubes, nos encogemos ante ellos, a menudo con terror y pretendemos que a nosotros nunca nos ocurrirá nada. Para renacer cada hora y cada día de nuestra vida, necesitamos morir. Los pensamientos del pasado, presente, futuro de la vida y de la muerte, de ese mundo y del siguiente se trascienden en la plenitud del ahora.
Al final, la calidad de nuestra muerte, dependerá de la calidad de nuestra vida, dependerán de tener un ego desenfrenado (que crea sufrimiento), o un ego refrenado (sereno). Para morir con serenidad debes empezar ahora. El primer paso es la práctica espiritual. Ten cuidado de no sustituirla por la lectura, ya que es fácil dejar de hacerla tentado por los cantos de sirenas de la literatura, la psicología, la filosofía y temas afines. La lectura de ciertos libros puede suministrarte una brújula o mapa, pero no puede sustituir a la experiencia personal.
Nuestro modo de morir refleja la manera en que hemos vivido. Igual que un día bien vivido produce buenos y felices sueños, una vida bien utilizada acarrea una feliz muerte. Pero si hemos llevado una vida agitada y llena de confusión emocional y de conflictos, o una vida egoísta o insana, nuestra muerte será agitada y dolorosa.
El moribundo y la muerte
Enclaustrada en un oscuro rincón de la mente de cada uno de nosotros, hay una voz que dice: "Voy morir. Llegará un día en que moriré"
Intentamos no acercarnos por ese rincón. Rara es la vez que escuchamos esa voz. Sin embargo, en algunos momentos nos habla con tanta claridad y énfasis, que no tenemos más remedio que escucharla. Cuando estamos enfermos, cuando muere alguien, cuando estamos a punto de tener un accidente, oímos que nos habla. La vamos escuchando con más frecuencia, a medida que envejecemos, que nuestro cuerpo se debilita, que nuestra acumulativa experiencia de la muerte se incrementa. Cuando muere alguien a quien amamos, la voz nos dice que nuestra vida se ha alterado para siempre, que no hay vuelta atrás.
La voz nos recuerda que somos como todos los seres que han vivido mortales, caducos. Si queremos vivir con cierta paz, debemos comprender un poco quién o qué es lo que muere. La mayoría de las personas creen ser un cuerpo y una mente, un yo, un ego, un sí mismo, un alma identificada con un nombre, Tomás o María. Pero todo lo que es mental o físico está en estado de cambio, nada es estable o estático. Si reflexionamos atentamente sobre ello, descubriremos que la persona que muere no existe, sólo el proceso de morir. Al negarnos a identificar el verdadero Yo con nuestras acciones, seremos capaces de percibir el hecho de que la vida es sólo un proceso.
La experiencia de la muerte próxima ("Conferencias. Morir es de vital improtancia" de Elisabeth Küble-Ross)
Es muy frecuente, en los pacientes moribundos que se den fenómenos inexplicables, como son las alucinaciones que se producen poco tiempo antes de morir, un mes o dos aproximadamente. Muchos empiezan a "alucinar" la presencia de seres queridos ya fallecidos que vienen a visitarles y con los que se comunican, sin que nadie más pueda verlos. También sucede, que incluso los pacientes más enfadados o más difíciles, poco antes de su muerte, comienzan a relajarse profundamente, rodeándoles cierta serenidad ya librarse del dolor, a pesar de tener un cuerpo físico castigado por un cáncer y lleno de metástasis.
La tercera observación y quizás la más subjetiva, es que al acercarme a mis pacientes, con cariño y ternura ellos conectaban con mi vida y yo con la de ellos de una manera profunda, íntima y significativa, pero una vez que morían, mis sentimientos desaparecían y cuando miraba el cuerpo, tenía la impresión de que era algo parecido a un abrigo de invierno que se despojaba con la llegada de la primavera, cuando ya no se necesita más. Tenía una imagen increíblemente clara de un caparazón y que mi querido paciente ya no estaba allí. Cuando vuestro cuerpo físico, el capullo, pierde su conciencia, para la cual necesitamos un cerebro, lo que ocurre es que se suelta, libera la mariposa. Entonces volvemos a ser completos, a estar enteros otra vez. Por ejemplo: los ciegos recuperan la vista y al volver a la vida recuerdan de qué color es vuestro pañuelo. (Investigaciones de Raymond Moody en su libro "Vida después de la vida", sobre experiencias cercanas a la muerte).
Tampoco morimos solos, pues llegan a nuestro encuentro los seres queridos que han fallecido antes que nosotros. No debemos retenerlos, es bueno dejarlos marchar y despedirlos con mucho amor. Ayudarles a irse y acompañarlos en su proceso de abandono y desapego, para que su energía psíquica no tenga miedo y se dirijan hacia la luz con confianza y seguridad de que allí les están esperando seres de luz, seres queridos y de que el encuentro será muy feliz y gozoso.
También aparecerá una presencia divina de algún maestro espiritual, de algún ser iluminado, puede ser Jesús, Buda o la Virgen, o cualquiera en quien hayamos confiado, dependiendo de nuestra tradición religiosa. Esa presencia divina os invita a hacer una revisión de nuestra vida y aparecerá una vista panorámica de todo lo que hemos hecho y sobre todo de cómo lo hemos hecho. Al mismo tiempo, sabremos las consecuencias de nuestros actos, pensamientos, sentimientos y palabras, esto es lo que significa realmente el juicio final. Por ello, quienes han vivido este tipo de experiencias cercanas a la muerte, al despertar y verse vivos de nuevo, su forma de percibir la realidad que les rodea es totalmente distinta y son capaces de amar más y mejor. Esa es nuestra asignatura pendiente, nuestra mayor enseñanza, desarrollar toda nuestra capacidad de amar, nuestro potencial de Amor incondicional.
La creencia de la vida después de la muerte ("El libro tibetano de los muertos")
A través de mitos y leyendas, de textos sagrados y rituales, la fe en la continuidad de la existencia ha ido trasmitiéndose hasta nuestros días. La gran difusión de estas creencias puede observarse en la diversidad de civilizaciones que creían en ellas, desde Egipto, la India, Irlanda, Grecia y América del Sur. Gran número de figuras destacadas de nuestra época como Carl Jung, Emerson, Thoreau y Gandhi, por nombrar algunos, creían en la reencarnación, la transmigración o el renacimiento (términos que aunque se usen indistintamente, no significan los mismo).
En el libro tibetano de los muertos habla de los distintos Bardos que irá atravesando el difunto después de la muerte física. En uno de los apartados donde explica las características de la existencia en estado intermedio dice así:
"Oh noble hijo, el poseedor de esta clase de cuerpo verá los lugares que le han sido familiares en la Tierra, así como a sus padres, a tus amigos, les hablas y no recibes respuesta de ellos. Entonces, viéndoles llorar, piensas: "Estoy muerto, ¿qué voy a hacer?. Y sientes un gran dolor, un gran sufrimiento. Pero no sufrir no te servirá de nada. Por lo tanto, despréndete de ellos. Ruega al Señor de la Compasión y entonces ya no tendrás dolor alguno, ni terror, ni miedo".
"Oh noble hijo, escucha bien: si estás dotado de todas las facultades de los sentido y puedes moverte libremente quiere decir que, no obstante lo que hayas podido ser cuando estabas vivo (ciego, sordo o inválido), en este plan de Después de la Muerte tus ojos verán formas, tus oídos captarán sonidos y todos los demás sentidos-órganos estarán intactos y dotados de una agudeza completa...."
"Oh noble hijo, el movimiento libre quiere decir que tu cuerpo actual es un cuerpo de deseo (habiendo sido separado tu intelecto de su natural asentamiento) y no un cuerpo de materia, de tal modo que ahora tienes la facultad de pasar a través de masas rocosas, casas y hasta el propio monte Merú, sin que nada te detenga".
"Confrontado de este modo, se obtiene la liberación del Bardo. Y así sucesivamente, hasta atravesar los distintos Bardos del Estado Intermedio, que es el nivel donde se encuentra la energía del difunto desde su muerte hasta su siguiente renacimiento".
Gracias Rosa por tu magnifica aportacion a nuestra vida sobre la muerte,cuanta profundidad y que trabajo mas bien hecho,vuelvo a repetir gracias.Es una suerte para mi y los mios el sentirte tan cerca,pues tu camino aporta mucha riqueza al nuestro,y podemos sentir todos los temas que tratas como nuestros.gracias Rosa un abrazo Mercè Remolà
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